domingo, abril 17, 2016

El purgatorio oligocrático. Entrevista con Ricardo Raphael


El purgatorio oligocrático
Entrevista con Ricardo Raphael*
Ariel Ruiz Mondragón
Entre los aspectos que permanecen casi intocados pese al proceso de democratización que ha vivido el país, se encuentra el de sus élites económicas. Éstas han logrado no sólo acrecentar sino legitimar su poder, del que hoy hacen gran ostentación. Eso se debe a una cultura del privilegio que, merced a la corrupción y la impunidad, ha reforzado aspectos como la desigualdad y la discriminación.
La figura que encarna esa suerte de régimen moral es la del mirrey, a la que Ricardo Raphael define como “tribu urbana que desde mediados de la década pasada comenzó a ser síntoma vergonzoso de la ostentación mexicana dentro y fuera del territorio nacional”. Añade: “Es el sujeto que mayor privilegio obtuvo con el cambio de época y por ello el régimen actual puede ser bautizado como Mirreynato”.
Raphael ha dedicado un libro a observar ese fenómeno y lo que expresa de la realidad actual del país: Mirreynato. La otra desigualdad (México, Temas de hoy, 2014), sobre el cual conversamos con el autor, quien es maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia; maestro en Administración Pública por la Escuela Nacional de Administración de la República Francesa, y candidato a doctor en Economía Política y Políticas Comparadas por la Universidad de Claremont. Ha sido profesor en el CIDE y el ITESM, y además ha colaborado en medios como El Universal, Sin Embargo, Canal 11, Enfoque y Proyecto 40. Es autor de al menos cuatro libros, y coautor de otros tres.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro como el suyo? Al final del volumen usted escribe que busca “mostrar un retrato de una época y una generación donde algunos de nuestros vicios más envilecidos decidieron hacer erupción al mismo tiempo”.
Ricardo Raphael (RR): Es un libro que pretende dar a conocer algo que suponemos que no ha sido conocido, informado y discutido suficientemente. Tengo muchos años, desde la academia y también desde el periodismo, de dedicar mi tiempo a estudiar la desigualdad y la discriminación. Me tocó participar en un par de reportes, uno en 2001 y otro en 2010, y he dado clases sobre esos temas, por lo que conozco más o menos los argumentos. Pero siempre se queda uno con la sensación de que esas conversaciones están encerradas en el claustro académico o en el conocimiento de muy pocos.
Tras esa acumulación de datos, libros, argumentos e ideas, me surgió la necesidad de compartir con la comunidad a la que pertenezco mis hallazgos, observaciones y reflexiones, y Mirreynato es una versión para público amplio del trabajo que me ha tocado hacer.
No basta solamente el propósito: también hay que tener los puentes de comunicación con los distintos públicos. Soy un curioso observador de la prensa nacional, de las revistas de sociales, de espectáculos, de la política (que ahora es más espectáculo que política), en fin. Ahora lo que hago es colocar una serie de episodios de nuestra época como un fresco, y una vez que los pongo al servicio del lector, explico de dónde vienen: el episodio de las ladies de Polanco, del señor Miguel Sacal, de la Lady Profeco, del Niño Verde, las fotos de club social, la revista Quién, etcétera.
En esa exploración he descubierto que en realidad todas esas piezas son síntomas, como la roncha del sarampión, y que en concreto ese personaje, el mirrey, en sí mismo no dice mucho, pero puesto en su contexto nos explica un régimen.
Por eso bauticé al libro Mirreynato: un régimen moral que ha beneficiado a estos personajes y que, de alguna manera, relata o exhibe estos días tristes, violentos y desiguales que nos ha tocado vivir en esta época. Por eso son retratos de una generación.

AR: Usted anota que las elites económicas han escapado a un escrutinio riguroso. Pero lo curioso es que al mismo tiempo los mirreyes son un síntoma vergonzoso, como usted dice, de la ostentación. ¿Por qué al mismo tiempo que las elites escapan a la vigilancia se da esta ostentación?
RR: Se lo explico con una frase del libro: en los años ochenta y noventa, muchos personajes de estirpe corrupta, de fortuna hecha al amparo del poder, habrían logrado la portada de la revista Proceso para exhibirlos; hoy es la revista de sociales la que les da portada.
Pasamos de un régimen en el que los corruptos eran exhibidos en Proceso a otro donde los corruptos son exhibidos en las revistas de sociales. Ese es el fenómeno; pero no le estoy respondiendo el por qué, ya que cuesta trabajo hacerlo.
Me parece que en el pasado el rico y ostentoso buscaba ejercer su veleidad, su frivolidad lejos del ojo público. Se subía a su carro último modelo para recorrer el freeway 10 en Estados Unidos, para visitar Miami, para ir a Nueva York, pero no se subía a su BMW último modelo para embarrárselo en la cara a la población miserable de una colonia pobre. Eso es lo que ha cambiado: estamos en una época en la que la exhibición, la ostentación se nos ha vuelto indispensable.
Me explico esto por dos motivos: primero, porque ocurrió una competencia en redes sociales para ver quién tenía más; el segundo, porque ostentar paga: eres bien visto porque vives en una época en la que nadie te va a juzgar por dónde obtuviste el dinero para esa ostentación. Simplemente por traer ropa, una bolsa de moda y tener una casa fastuosa la gente te va a respetar; inmediatamente se construye un halo de impunidad en el que la consecuencia de tus actos se va a mitigar.
Entonces estamos en una época en la que la ostentación vale la pena porque es directamente proporcional a la impunidad: mientras más ostentas, más impune eres. Esto sí cambió, y creo que allí va parte de la explicación.
Cierro con una anécdota: me cuenta Luisa María Serna, la primera editora de la revista Quién en los años 1998-99, que cuando llevó las cámaras a fotografiar a los ricos y famosos, estos le decían: “No nos gusta tener la cámara y el video en nuestra casa, en nuestra intimidad”. Hoy es todo lo contrario: se mueren de ganas por exhibir.
¿Qué cambió de 1998 a la fecha? Se descubrió que la ostentación te da un halo de impunidad, no importa cuál sea el origen de los recursos con los que la estás pagando. En ese momento te proteges frente a ese infierno que son los pobres, los miserables de los primeros pisos de la construcción social.

AR: Es el paso del junior al mirrey. En el libro dice usted que su tesis principal es que el mirrey es el sujeto que mayor privilegio obtuvo con el cambio de época. En este sentido, ¿qué pasó con nuestro proceso democratizador que dio lugar a este personaje rico, privilegiado, discriminador?
RR: Mi versión optimista de los hechos es la que ofrece la Biblia: entre el infierno y el cielo hay un lugar que se llama purgatorio. Éste es el mirreynato. Somos una democracia, ya no vivimos en el régimen de partido único. Entonces ¿dónde vivimos? En esta especie de régimen amoral que yo bautizo mirreynato porque ha beneficiado sobre todo a los mirreyes.
¿Por qué pasó que un régimen que desigualaba por autoritario, ahora, cuando el poder se ha multiplicado y los poderes local y nacional se han dispersado en varios partidos, se mantuvo al mismo tiempo una suerte de aristocracia? Voy a ser más justo: de oligocracia, los peores, los que se sacaron el premio de la Lotería, que cada elección plebiscitan su poder, van a las urnas y le dicen a la gente “vota por mí para que me garantices mi poder, mi impunidad, mi corrupción”. ¡Y allí vamos y votamos para garantizarlas!
El dinero se volvió pieza clave del nuevo régimen porque te permite tener impunidad, enriquecerte, ganar elecciones y nadie te persigue: todo junto. Cuando una democracia basa el ejercicio plural de la voluntad ciudadana en quién tiene dinero y quién no lo tiene para ganar los cargos de elección, para conquistar el poder, deja de ser una democracia y se vuelve una oligocracia plebiscitaria, que es lo que estamos viviendo.
Cabe decir que mucho de ese dinero que se utiliza para ganar el poder no proviene del esfuerzo empresarial, innovador, inteligente, industrioso, sino del hurto del erario, de la corrupción de los recursos que eran públicos y se volvieron privados; es decir, que buena parte de la política democrática se está financiando con dinero de los contribuyentes que se volvió privado y que regresó a lo público por la vía de las campañas.
Eso es lo que está pasado: es el purgatorio mirreynal, y explica muchos otros de los elementos del sistema. Pero yo creo que, sobre todo, la corrupción explica por qué no dimos el paso del sistema de partido único al democrático. Ese purgatorio se debe, sobre todo, a la corrupción.

AR: En el libro hay un capítulo sobre la corrupción y otro sobre la impunidad; usted afirma que justamente el mirreynato es “la etapa superior del alemanismo”. ¿Por qué en el México actual se ha llegado a estos niveles de corrupción y de impunidad cuando, evidentemente, del alemanismo para acá se han fundado instituciones como la Auditoría Superior de la Federación, la Secretaría de la Función Pública, institutos de transparencia, ha habido gobiernos divididos, una mayor independencia del Poder Judicial, por ejemplo, cuya función ha sido (o debería ser) combatir la corrupción y la impunidad?
RR: El alemanismo era un régimen muy parecido a este, pero en un país chiquito, porque la población era mucho menor, no había fuentes tan grandes de petróleo, porque la riqueza mexicana no era tanta y estábamos en la cola de los países desarrollados; ahora somos la economía 13 del mundo y entonces el pastel es grandísimo, y la impunidad y la corrupción han hecho enormes todos los defectitos del alemanismo. Allí está parte de la explicación de por qué el “corruptito” ahora es un “corruptote”, pasando por estadios intermedios, como fue, por ejemplo, al hankgonzalismo.
En esa lógica cabe ver la transición: yo tengo la impresión (no es una hipótesis científica) de que lo que ocurrió en medio es que si bien ha habido una presión social muy fuerte por la transparencia, la pluralidad, la rendición de cuentas, tenemos del lado de la oferta, es decir, de quien gobierna, todavía mucho poder para esquivar el rayo láser de la transparencia, la luz que iluminaría el castillo opaco, la rendición puntual de cuentas responsable, no como una abstracción.
Muchos gobernantes han logrado hasta ahora esquivar este impulso igualador ciudadanizante; no sé hasta dónde lo logren, pero puede ser que parte del enojo que vemos es que todavía salen bien librados. Pero hay un empuje social que terminará arrasando con este purgatorio mirreinal. Lo creo sinceramente, aunque no sé cuánto tiempo tarde; supongo que el tiempo dependerá de cuánta energía hay del lado ciudadano para enfrentar estos elementos asimétricos discriminadores desigualadores.
El problema es que parte de la demanda también está influida por el mirreynato; es decir, los ciudadanos también gozamos o caemos en la ostentación y con eso nos protegemos del otro: hacemos la fiesta de 15 años en el pueblo para presumirle a los otros, a los que no tienen para hacer una celebración con mil invitados.
Si la impunidad nos beneficia, no nos quejamos de ella; la corrupción, si nos salpica, no nos enoja tanto; para marcar distancias, somos discriminadores con la mujer, con el indígena, etcétera. No nos importa hacer cosas chuecas o estar en el narcotráfico si ello nos puede llevar a los pisos de arriba.
El empuje social que puede transformar el mirreynato también está influido por sus valores. ¿Qué podríamos hacer? Yo no estoy pidiendo que tomemos la Bastilla ni que le cortemos la cabeza a Luis XVI, sino que revisemos al mirrey que todos llevamos dentro y a ese sí le cortemos la cabeza, porque entonces vamos a tener un empuje social capaz de derrocar al régimen al que hago referencia.

AR: ¿Por qué esa cultura ha permeado tanto, incluso entre los sectores más desfavorecidos, los de los pisos más bajos del edificio social?
RR: Por miedo. ¿Por qué el de hasta arriba está aterrado de los que viven en los primeros pisos? Porque sabe que allí la vida puede ser muy difícil, que la violencia que se vive por obra de la desigualdad es grandísima. El de hasta arriba está aterrado de descender, es su peor pesadilla; lo que la señorita que se enfrentaba a Drácula sacándole la cruz y diciéndole “¡cruz, cruz, conjuro!”, lo hacen los más ricos al ostentar el coche, la fiesta, la bolsa Louis Vuitton. Es una forma de conjurar, por todos los mitos y realidades posibles, el descenso social. Eso le va pasando a los demás, y está horrorizado de lo que implica ser pobre en este país porque es dolorosísimo.
Para el que vive hasta abajo es muy difícil ascender. El problema es que en este país vivir en los pisos bajos es vivir bajo la línea no de pobreza sino de humanidad. Mientras el país no resuelva esa línea y que uno puede caer en desgracia porque pasó un ciclón, porque te cayó una enfermedad y tuviste que pagar mucho dinero, y no hay una red social que te recoja, vivir en el último escalón te dará mucho miedo. Por lo tanto todos reproducimos lo que vemos arriba: impunidad, corrupción, desigualdad, con tal de que no nos suceda eso.
Creo que un país desigual es el que provoca esto; por eso mi insistencia en que la peor de las violencias en México es la desigualdad. Si la redujéramos, si combatiéramos la discriminación, daría menos miedo estar abajo y entonces sería menos necesario ostentar, corromperse y ser impune.

AR: Algún día hubo la idea de que el Estado cumpliera un papel igualador, pero como usted muestra en el libro, ha sido muy ineficaz en esa tarea, un fracaso. ¿Por qué ha fallado el Estado mexicano en esa labor? Su origen es una revolución social…
RR: El Estado mexicano tiene dueño. Cuando se fundó el rey vendía el puesto de juez, de notario, de alcalde, y quien llegaba a ese puesto lo asumía como parte de su patrimonio (como hoy lo hacen los notarios; hay concursos en el Distrito Federal, pero en el resto del país es “abro una notaría y ese es mi negocio, mi patente de corso”). Le pregunta puntual es: ¿cómo llegamos, en pleno siglo XXI, a que al general al que le entregan una zona militar, el presidente municipal, el diputado, el juez, el secretario de Estado, asuman ese cargo como parte de su patrimonio?
El fenómeno de la lady Profeco es impecable: la Procuraduría Federal del Consumidor era patrimonio de la familia, y la hija o el papá podían dar instrucciones. Está clarísimo que seguimos con la privatización; ¿por qué no se volvió parte de lo público? El Estado tendría que ser parte de lo público, no de lo privado (por cierto, esa es la definición de corrupción: cuando algo que es público es arbitrariamente vuelto privado: cuando a la Policía, al Ejército, al juez lo pones al servicio de lo privado, se produce la corrupción).
Allí regresamos al alemanismo, que es el momento en que el régimen de la Revolución, que se pretendía igualador, cambia de bando. Entonces se vuelve legítimo que el presidente que va a concesionar por primera vez la televisión se quede con la televisora, y se le aplaude que se quede con medios de comunicación. Está el caso de Mario Vázquez Raña: su primer socio en los soles fue el presidente Luis Echeverría. Eso es muy raro; hay algo allí que no está bien, y nadie lo dijo. Es más: cuando el panismo llegó al poder a nivel federal y el perredismo lo alcanzó en el DF reprodujeron ese mal; es decir, algo que sólo era de los priistas resultó de toda la clase política, porque la principal fuente de ingresos de este país, el principal método de ascenso, es robar del arca pública, y es aceptado.
No hemos roto con la Colonia: la hemos reinventado una y otra vez. No sé si me equivoque, pero quiero suponer que esta degeneración será la última. Este libro quiere mostrar que ahora no es el virreinato sino el mirreynato, y que es posible derrocarlo si lo vemos de frente.

AR: Usted destaca que esto tiene mucho que ver con las lógicas de la economía de mercado; señala, por ejemplo, que el Ministerio Público era un instrumento de control político, a muchos se les hace muy difícil aumentar los salarios mínimos, lo cual es una decisión política, lo mismo que cambiar la educación. ¿Por qué no se toman estas decisiones políticas, para lo cual se ponen de pretexto la productividad, la eficiencia económica, etcétera?
RR: Porque hay discursos, como el de la corte, de Palacio, para mantener el poder de quien lo pronuncia; da narrativas no solamente completas sino invulnerables. Por ejemplo, “no me subas los impuestos porque no estoy dispuesto a pagar las casas de los políticos”; entonces los políticos dicen: “Yo no reformo las leyes para combatir la corrupción”. Y ese es el arreglo de los que viven en el penthouse. Ese discurso es impecable, nada más que mientras tanto, abajo, la inversión en educación, en salud, en infraestructura, en capital humano sigue siendo precaria. Y, claro, como los poderosos están protegidos con este discurso son invulnerables.
El tema del salario mínimo es escandaloso: está probado que una gente bien pagada es más productiva que una que no lo es; primero págale bien y luego va a ser productiva. Lo contrario no existe; sin embargo, tienen la desfachatez de denunciar como demagogo incrementar los salarios. Es el discurso de la élite. ¿Cuándo cambia eso? Pues cuando hay otros personajes que no provienen del penthouse, que ascienden política, social o económicamente y empiezan a tomar decisiones. El problema principal es que la representación política en México sigue estando mediada y definida desde el penthouse. No hay representación indígena; la representación de las mujeres ha crecido en la Cámara de Diputados, pero no está en las regidurías, en las presidencias municipales, en los congresos locales. El sur-sureste mexicano no tiene el poder político que el noreste o noroeste mexicanos. Esta democracia no ha repartido la representación como se merecería; algo falló, los partidos, inclusive los de izquierda, se dedicaron a proteger al penthouse. Allí estamos atorados; necesitamos cambiar la representación en el penthouse, por lo menos en el político. Así cambiaría el discurso, y entonces empezaríamos a ver la caída del mirreynato.
Ha cambiado algo del 2000 para acá, tengo que decirlo: lo suficiente para salir del infierno, pero no lo suficiente para salir del purgatorio.

AR: Hay la idea de que en México nos faltó una liberalización económica más amplia porque en la comunidad global se debe ser muy productivo, competitivo e innovador; sin embargo, en nuestro país sigue habiendo, como usted dice, una cultura del privilegio: las grandes empresas no se distinguen por la innovación, las grandes fortunas no son por haber inventado algo sino porque se aprovecharon las relaciones con el poder. ¿Qué costos han tenidos para el país estas dos realidades?
RR: ¿Cuál es la principal energía de una unidad económica? El esfuerzo humano; uno pone el capital, pero éste, puesto en una mesa, no va a ningún lado, a menos que haya una intención humana que lo mueva para que produzca más riqueza.
Capital y recursos humanos se vuelven clave; ahora, si además le metemos un poco de tecnología, entonces tiene usted riqueza; es decir, el esfuerzo es pieza clave para producir riqueza. ¿Qué ocurre en una economía en la que se quita el esfuerzo? Le quita la intencionalidad y la economía crece poco; los que tienen el capital se protegen para no perderlo, el recurso humano se desperdicia y entonces se tiene una economía mediocre. Ese es el caso mexicano.
El día que empezamos a despreciar la cultura del esfuerzo dejamos de producir la riqueza que mereceríamos tener. Este país puede ser Inglaterra o Alemania, lo dice todo mundo; en 2025 podríamos estar allí, siempre y cuando la cultura del esfuerzo sea la premiada, y no la del privilegio. ¿Por qué se dio la Revolución francesa? Porque la burguesía, que estaba en ese momento esforzándose, se enojaba mucho porque los señores nobles y feudales estuvieran casi sin hacer nada; derrocaron a la monarquía y la nobleza justamente para poner en el centro la cultura del esfuerzo.
Aquí me salgo del tema económico y paso al tema político: la democracia está fundada en el principio de la cultura del esfuerzo. ¿Qué nos ha pasado en México? Que el desplazamiento de la cultura del esfuerzo como valor central nos tiene en una economía mediocre, en el purgatorio mirreinal.

AR: Llamó mi atención que la cultura del privilegio en México se construye a partir de conocidos, de relaciones; usted menciona el ejemplo de las escuelas privadas, a las que llama no centros de conocimiento sino de conocidos. ¿Cómo construyen los mirreyes esas relaciones y cómo se expresan en el poder, en el gobierno y en las empresas privadas?
RR: La discriminación sólo se explica por el nepotismo: yo discrimino en función de cuánto se parece o se distancia de mí. Esta es una sociedad en la que el nepotismo juega fuertemente: 80 por ciento de las empresas son familiares. El hombre más rico de este país nombra a sus yernos y a sus hijos para dirigir su empresa como si fuera una tienda de la esquina, no importa que haya mejor gente en el mercado, no importa que la cultura del esfuerzo coloque a los mejores; no, coloco a los próximos, quienes deben parecerse físicamente a mí, deben pensar como yo, de subordinarse a mi propia cultura, y eso construye relaciones nepóticas.
¿Cuál es la consecuencia? No tienes a los mejores jugando y, por lo tanto, no importa ser mejor ni esforzarse: lo que importa es tener relaciones para que alguien te reconozca como propio. Entonces, si me invitas a tu fiesta, si me parezco a ti, me vas a dar trabajo. Voy a la escuela para que me reconozcas, a la mejor físicamente no, pero fuimos a la misma escuela, conocimos a la misma gente, compartimos novia, o fui tu cuñado. Esos elementos ayudan a consolidar la relación nepótica: te voy a invitar a trabajar si estudiaste en la misma escuela que yo o que mi hermana; las escuelas se vuelven el club social donde tejes relaciones que te van a dar un mejor empleo. Allí doy datos durísimos que comprueban la hipótesis.
Si yo vivo en el penthouse puede ser que tenga un buen trabajo; pero si tengo buenas relaciones, voy a tener buen trabajo con muy buen ingreso; si vivo en la planta baja y no tengo relaciones, voy a tener más trabajo y, además, un mal ingreso. Está claramente ligado, y esto se debe a lo primero: mientras el nepotismo y el privilegio sean más importantes que el esfuerzo, vas a tener una sociedad que reproduce al infinito esta dinámica.

AR: La educación ya no sirve como vía de movilidad social…
RR: Déjame precisarlo: sí sirve de una generación a otra. Si tú estudias, es probable que a tu hija le vaya mejor que a ti, pero no nos está sirviendo para ascender en la misma vida. Estudiar para ti a los 18 años difícilmente te va a llevar a los 50, a los 60, a tener cierto futuro y fortuna. Eso es lo que se nos descompuso; en el México del siglo XX sí ocurría. Ahora lo único que está demostrando es que si estudias, si acabaste la primaria, puede ser que tu hija termine la preparatoria; si acabaste ésta, es probable que tu hija llegue hasta la universidad o a un posgrado.
Entonces sí sirve entre generaciones, no dentro de la misma generación, por lo menos así lo dicen los estudios en la materia.

AR: En las escuelas privadas se encuentra esta cultura del privilegio; usted comenta que es un desperdicio pagar miles de dólares por una educación ineficiente; esto, para no hablar de los pisos más bajos de la sociedad mexicana. Y presenta usted un dato dramático de México: el 42 por ciento de los estudiantes de secundaria quiere seguir estudiando, el 15 por ciento desea trabajar y el 39 por ciento quiere ser nini. En ese sentido, en la reproducción del mirreynato, ¿qué papel desempeña el sistema educativo?
RR: Yo no juzgo a esos muchachos: así están las reglas del juego. ¿Qué está pasando con las escuelas? Lo respondo con un artículo formidable de Anel Guadalupe Montero Díaz, publicado en SDP, justamente a propósito del libro. Ella es maestra de primaria, y allí cuenta que les preguntó a los niños de su salón qué quieren ser de grandes, y ninguno contestó conceptos, sino dijeron “yo quiero tener la camioneta del presidente municipal”, “quiero tener guaruras”, “deseo tener el cuerpo de Anahí”.
En casa y en la escuela estamos poniendo como modelo aspiracional al mirrey. Por eso es importante denunciarlo y derrocarlo; no es modelo el del niño exitoso que llegó a ser ingeniero cuando se volvió adulto, el del investigador que se ganó el Nobel, el que se esforzó e hizo una fortuna porque inventó una nueva tecnología. No: el modelo es el del que hizo negocios con el gobierno, el que transó, y es el que estamos reproduciendo, dentro y fuera de las escuelas. Por eso cabe también esperar que nos vamos a tardar mucho en derrocar el mirreynato.

AR: Al final del libro habla de las aspiraciones del país, y dice que no son candidez sino un halo de esperanza; menciona denominadores comunes para la comunidad y la convergencia. Para salir del mirreynato, ¿cuáles son algunos de ellos?
RR: Lo que le diría es que este es un libro de diagnóstico sobre una enfermedad; los libros de diagnóstico no hablan de las cosas buenas, y lo lamento mucho: me hubiera gustado hacer también un segundo tomo de las cosas buenas mexicanas, pero no están aquí.
El último capítulo sí adelanta por dónde: por la reconstrucción de la confianza. La perdimos entre nosotros, a pesar de que uno se topa todos los días con mexicanos muy valiosos y de que todos los días yo me siento muy contento por el tipo de habitante de mi ciudad y de mi país.
Pero hay una cosa que no alcanzo a responderme: ¿por qué habiendo tanto mexicano valioso, este país no suma todo ese talento y se convierte en lo que tiene que ser? Por desconfianza. Sabemos que es valioso el otro, pero al mismo tiempo tememos que sea el infierno. Yo sí apuesto porque construyamos el diálogo de otra manera. Cito a Sartre: el día que dejemos de pensar que el infierno es el otro y que más bien lo traemos dentro, entender que al mirrey lo traemos dentro, lo derrocaremos y a la mejor construimos una relación de confianza que nos ofrezca una comunidad mejor que la que nos ha tocado vivir. Allí dejo sembrada la esperanza.
Necesitamos vernos con dignidad y con respeto gobernantes y gobernados, ricos, pobres y clase media; eso implicaría reducir el miedo que nos tenemos. Aquí lo dejo pero por allí tendría que ver el segundo tomo de este libro si algún día lo construimos.
Este es un diálogo que lo que quiere es abrir la conversación, quizá de manera un poco radical porque va a las raíces del problema, pero sobre todo es un libro que quiere conversar. No da recetas sino aprovecha la escucha y la palabra de muchos para salir del purgatorio.



*Una versión más corta de esta entrevista fue publicada en Este País, núm. 299, marzo de 2016.

domingo, abril 03, 2016

Neoliberalismo: éxito ideológico, fracaso real. Entrevista con Fernando Escalante


Neoliberalismo: éxito ideológico, fracaso real
Entrevista con Fernando Escalante Gonzalbo*
Ariel Ruiz Mondragón
Pese a que el ascenso y auge del neoliberalismo ocurrió en los años ochenta del siglo pasado, su elaboración intelectual procedía cuando menos de medio siglo antes, cuando en 1938 se realizó el Congreso Lippman, que dio origen a la Sociedad Mont Pélerin, en la que se agruparon varios pensadores que dieron origen a esa doctrina, que ya planteaba una nueva relación entre Estado y mercado, la política y la economía.
La crisis económica de los años setenta, el declive del Estado de bienestar y la inestabilidad política y social que se vivió en amplias regiones del mundo son, entre otros, los factores que le abrieron la puerta al neoliberalismo. Así, “en menos de diez años, el mundo cambia por completo”.
Quien afirma lo anterior es Fernando Escalante Gonzalbo, autor de Historia mínima del neoliberalismo (México, El Colegio de México, 2015), quien realiza en este libro una descripción de la trayectoria de este, como él lo llama, programa intelectual y político, movimiento cultural que ha engendrado “la ideología más exitosa de la segunda mitad del siglo XX, y de los años que van del XXI”.
Etcétera conversó con Escalante Gonzalbo (Ciudad de México, 1962), quien es doctor en Sociología por El Colegio de México. Ha sido profesor en el Centro de Estudios Internacionales de esa institución, así como en la UNAM, el CIDE, la FLACSO, el ITAM, la Universidad de Chicago, el Instituto de Estudios Políticos de París y el Instituto Universitario Ortega y Gasset, de Madrid.
Autor de una decena de libros, ha colaborado en publicaciones como Vuelta, Nexos, Nueva Sociedad, Public Culture, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Estudios Sociológicos e Istor, así como en los diarios El Universal, Milenio Diario, La Crónica de hoy y La Razón.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy escribir una historia de lo que usted llama “programa intelectual y político”, “movimiento cultural”, “la ideología más exitosa del siglo XX”, que ha transformado el mundo en los últimos 40 años?
Fernando Escalante Gonzalbo (FEG): El primer motivo, desde luego, es que el tema es importante. El neoliberalismo, al ser un programa intelectual y político muy ambicioso, muy extenso, normalmente ha tenido en los últimos tiempos una imagen muy borrosa porque la palabra “neoliberal” se nos ha convertido en un adjetivo para descalificar cualquier cosa, y entonces parece que no tiene contenido real.
El propósito del libro es, en primer lugar, restaurar la comprensión del fenómeno del neoliberalismo y mostrar la amplitud de su programa, porque hay algunas políticas económicas inspiradas en su modelo, pero hay también una sociología, una idea del derecho, una antropología, una idea del Estado neoliberales, que son las ideas dominantes en todo el mundo.
Por eso es importante ver de dónde vienen y cómo se estructuran intelectualmente las instituciones, leyes, planes y políticas que están vigentes hoy en casi todo el mundo.

AR: Podemos empezar con la idea antropológica del neoliberalismo: usted menciona que Hayek le quiso dar un fundamento biológico, lo cual llega hasta la psicología evolucionista, y creo que también atraviesa el posmodernismo. ¿Cuál es la concepción neoliberal de la naturaleza humana?
FEG: Ciertamente, como dice usted, es Friedrich Hayek quien lleva el programa neoliberal a un mayor alcance y amplitud. Tiene una visión de la evolución de la humanidad que articula y que trata de engarzar en un mismo programa intelectual, fallido en algunos asuntos pero enormemente interesante por su ambición.
Puesto en términos muy simples, la antropología neoliberal supone, por decirlo con la expresión de Margaret Thatcher, que la sociedad no existe sino sólo los individuos, que estos son libres y racionales, y que todo lo que sucede en el orden social es producto de las decisiones de individuos racionales que eligen y prefieren. De allí se deriva una enorme cantidad de asuntos: si uno admite esto, se da origen a un tipo de instituciones, políticas, leyes y demás, algunas recomendables y otras no, y hay determinadas cosas que desaparecen, y eso también es importante.
Si sólo hay individuos racionales que optan libremente, entonces la existencia de un interés público resulta, por lo menos, dudosa. Lo público resulta, de inmediato, sospechoso, porque sólo hay individuos.
Desde luego hay muchas otras derivaciones de la antropología neoliberal, pero la matriz básica es esa: la idea de que lo único que existe, lo único que tiene entidad son los individuos, libres y racionales, y que tienen el propósito, por lo tanto, de siempre maximizar su utilidad.

AR: El neoliberalismo ha presumido de su cientificidad; en ese sentido, tiene una suerte de epistemología propia que, como usted señala, obedece a un modelo de la física del siglo XIX. Así, como usted comenta en el libro, el mercado ofrece una forma singular de conocimiento. ¿Cuáles son las consecuencias de estas concepciones?
FEG: El programa neoliberal se apoya y se monta en una idea de la ciencia que es la que domina en nuestro sentido común, una muy estrecha de lo que es la ciencia, basada, además, en ciencia del siglo XIX, no en la del XX. Esta última es, en todas las disciplinas (físicas, biológicas o sociales), un conocimiento de lo complejo y de la indeterminación, que incluye la consideración del tiempo, y es una ciencia mucho más sofisticada que la del XIX, cuando se pensaban procesos mecánicos (hoy sabemos que todos los procesos son orgánicos; que todos están relacionados entre sí; que acontecen en el tiempo y que, por lo tanto, tienen un decurso catastrófico; que no son reversibles, etcétera).
Pero hay una idea de la ciencia que supone que modelos matemáticos relativamente simples pueden representar adecuadamente la realidad. El programa neoliberal —que se define originalmente en 1938— adopta esta idea de la ciencia, y eso tiene consecuencias sobre el modo en que se aproxima a la realidad, porque su intención es elaborar proposiciones cada vez más abstractas y porque la idea es que el conocimiento científico debe aspirar a establecer leyes de validez universal. Esto, insisto, es la ciencia del siglo XIX, que no tiene nada que ver con la ciencia de hoy.
Pero para establecer leyes de validez universal tenemos que elevarnos a un nivel de abstracción enorme: si la ley que descubro sobre el comportamiento humano debe tener una vigencia igual en Noruega y en Nigeria, tengo que hacer abstracción de muchas cosas para poder poner qué es lo que tienen en común los noruegos y los nigerianos, y además los chinos y los mexicanos. Es algo tan abstracto que difícilmente es relevante hoy para un científico social.
Para la mayor parte de las ciencias sociales de hoy es evidente, por ejemplo, que no es irrelevante que un acontecimiento haya sucedido antes o después de la Segunda Guerra Mundial, antes o después de la Revolución Mexicana. Tampoco es lo mismo si algo sucede en Acapulco o en la Ciudad de México, en el desierto de Sonora o en la tierra caliente de Michoacán.
Las ciencias sociales modernas van incorporando cada vez más datos de contexto para hacer un conocimiento cada vez más complejo. Por lo tanto, el nivel de abstracción en el que se mueven las ciencias sociales de hoy es mucho más bajo porque tenemos que dar cuenta de fenómenos históricos, cultural y geográficamente situados.
El programa neoliberal, en cambio, lo que pretende es liberarse de todas esas características concretas para plantear leyes idealmente universales y, por lo tanto, abstractas. Esa es su epistemología y tiene muchas consecuencias, porque tiene que hablar de individuos racionales sin hacerse cargo de que ese individuo vive en México, tiene tal nivel de ingresos, tiene cierta educación y vive en el contexto de este sistema político. Hay un costo de esta ambición de cientificidad a través de la abstracción, por llamarle de algún modo, y es que se pierde mucha capacidad explicativa.

AR: ¿Cuál es la relación del neoliberalismo con la democracia? En términos teóricos usted repasa, por ejemplo, las tesis de la democracia económica, y hace una declaración fuerte: las decisiones básicas de la economía están fuera del círculo democrático. Y no está de más mencionar la visita de Hayek al Chile de Augusto Pinochet, cuando planteó que la dictadura podía autolimitarse para que hubiera libertad económica.
FEG: Es una relación problemática desde un principio. La verdad es que para el programa neoliberal la democracia no es necesaria. Esto es así desde un principio, desde las primeras discusiones en que se definió el programa neoliberal en el Coloquio Lippman, realizado en París en 1938.
La idea es que los liberales clásicos del siglo XIX habían dado prioridad a las libertades políticas: de expresión, de asociación, de manifestación, de voto, etcétera. El problema es que si uno privilegia las libertades políticas, tarde o temprano termina por demandar algo así como el Estado de bienestar; es decir, para que la gente pueda participar en política y expresarse, para que su opción de votar sea real, debe tener un mínimo de educación, de seguridad económica, de salubridad para hacerlo. Por lo tanto, si nos importa mucho la libertad política tendremos que sacrificar algunas libertades económicas: que el Estados intervenga, que regule la economía, que establezca la educación y la salud públicas, etcétera.
Entonces, dicen los neoliberales, si privilegiamos las libertades políticas terminamos subordinando las libertades económicas y lo que hay, a la distancia, es el totalitarismo. Lo hay que hacer es privilegiar las libertades económicas, la de mercado concretamente, y ponerla fuera del alcance de la democracia porque, dicen, si uno le pregunta a la gente, ésta siempre va a querer que le den más dinero y vivir sin trabajar. Por lo tanto, la tendencia natural de la democracia es a destruir la economía porque la gente siempre le demandará irracionalmente más de lo que puede darle. Así, lo que hay que hacer es situar las decisiones básicas de la economía fuera del alcance de las decisiones democráticas, mayoritarias.
A los neoliberales no les importa demasiado la democracia, y pueden vivir muy bien con regímenes dictatoriales. Lo que les preocupa es que las libertades económicas queden fuera del juego democrático porque, según ellos, es el único modo de garantizar que el mercado funcione, y porque las libertades económicas son la garantía de todas las demás.

AR: También hay una distinción que usted hace con el liberalismo clásico: el asunto del Estado. Como usted explica, para los neoliberales es básica la intervención del Estado. ¿Hasta dónde ha llegado la dicotomía que planteaba Hayek entre el Estado y el mercado, cuestión en la que, como él mismo reconocía, no se podía llegar a los extremos? Usted cita aquella pregunta que le hizo Keynes de dónde está la línea entre uno y otro. En términos reales, ¿cuál ha sido la frontera entre Estado y mercado en el mundo neoliberal?
FEG: En esto es normalmente fácil confundirse porque la retórica neoliberal es muy antiestatista; en la práctica, los neoliberales no son enemigos del Estado, no quieren desaparecerlo y no quieren debilitarlo. Lo que quieren es reducir lo público, no el Estado, lo cual es diferente. Son muy conscientes de que necesitan el Estado para crear, defender, preservar, mantener y expandir el mercado, y lo usan, sistemáticamente, para expandirlo y defenderlo.
¿Por qué? El argumento está muy claramente expuesto por Karl Polanyi en su clásico La gran transformación: las relaciones de mercado, sobre todo con esas dos mercancías ficticias que son la tierra y el trabajo, destruyen los vínculos sociales porque la lógica del mercado es absolutamente implacable. Si dejamos actuar solo al mercado termina destruyendo la naturaleza, las relaciones sociales, y, por lo tanto, las sociedades se defienden del mercado y crean formas de colaboración, cooperativas, de intervención pública; crean, por ejemplo, sindicatos para defenderse del libre mercado, y hace falta (esta es la postura neoliberal) que activamente el Estado rompa esas formas colectivas de defensa. Es decir, quien está indefenso y necesita ser protegido por el Estado es el mercado, y hace falta que éste intervenga para extenderlo, incluso en zonas en las que sería muy difícil que existiera. Al Estado le corresponde crear aunque sea simulacros de mercado, que todo sea como si fuese un mercado.
Entonces los neoliberales necesitan siempre al Estado para producir mercados y para defenderlos.

AR: Llamó mi atención que los neoliberales hayan sido tan críticos de las burocracias, pero siempre y cuando fueran estatales. En el libro recuerda que Hayek nunca consiguió una plaza permanente en la Universidad de Chicago, y él sí peleaba por tener su puesto protegido, fuera de la presión exterior. En este sentido, ¿cómo funciona la burocracia en el neoliberalismo?
FEG: Desde luego que hay burocracia en el neoliberalismo. De hecho, hay una burocratización neoliberal del mundo, e incluso hay varios libros dedicados a estudiar el fenómeno. Lo que sucede es que se cambian los criterios de su funcionamiento: se ponen estándares de rendimiento, criterios de evaluación, sistemas de contraloría, etcétera. En general, el propósito detrás de esa transformación es que la burocracia funcione en todo lo posible como si fuese un mercado, lo cual transforma su naturaleza: en lugar del sistema tradicional en el que los puestos de funcionarios son inamovibles, tienen una plaza que es definitiva y una serie de criterios políticos para actuar, se prefiere que sus ingresos dependan de incentivos asociados con la productividad, que nunca tengan seguro su nivel de ingreso, que compitan entre sí las diferentes dependencias, por ejemplo. Es crear mercados dentro de la burocracia.
En eso cambia mucho el funcionamiento: como la burocracia, por mucho que uno quiera, no puede ser un mercado, lo que se hace es crear mecanismos de supervisión y de auditoría para que pueda funcionar como si lo fuera, que sea eficiente. Hay una hipertrofia de los sistemas de auditoría y una tendencia a recurrir a subcontrataciones, licitaciones, contratación de empresas externas, etcétera. Se trata de que la burocracia ya no se enfrente a la tarea de resolver los problemas sino de que contrate a alguien que los resuelva: simular, entonces, un mercado.
Entonces, por ejemplo, en lugar de que el transporte público esté a cargo de funcionarios de una empresa pública, se saca a licitación y a concurso. Se simula un mercado, pero no lo es: para los clientes reales del transporte público o de la recolección de basura, la relación es con un único proveedor, viven un monopolio. Lo que pasa es que quienes simulan que existe un mercado son los funcionarios que contratan a las empresas, y teóricamente las empresas compiten entre sí para ofrecer un mejor servicio. En la práctica lo que se hace es crear un mercado político.

AR: Allí hay un asunto interesante: muchos teóricos neoliberales no rechazan el monopolio. Usted dice que para ellos el libre mercado funciona incluso cuando no es libre. ¿Cómo explican este asunto del monopolio?
FEG: Dentro de la tradición neoliberal hay corrientes, concepciones y programas distintos. Hay, en particular, una rama derivada de la obra de Milton Friedman y de Richard Posner, para quienes los monopolios no son un problema. El argumento es el siguiente: si el mercado produce un monopolio será porque éste es la solución más eficiente, y lo que nos debe preocupar es la eficiencia. Eso siempre será mejor que intentar regular contra los monopolios. Entonces el enemigo no es el monopolio sino la regulación antimonopólica, porque ésta sí interfiere el mercado.
Es un argumento bastante problemático, esa vertiente del neoliberalismo sostiene que hay que dejar que el mercado funcione, y que si produce resultados monopólicos no hay problema.

AR: Uno de los asuntos más interesantes es que donde inicialmente se adoptó el neoliberalismo como una política general no fue en ningún país central, de donde eran sus grandes pensadores, sino en un país de la periferia: en Chile, en 1975. ¿Por qué ocurrió esto?
FEG: En realidad el triunfo de las ideas neoliberales se produjo a lo largo de la década de los setenta. Era un programa que había estado desarrollando sus posibilidades conceptuales y prácticas en los 30 años anteriores, y en los años setenta fue cuando en el espacio público internacional comenzó a ganar la batalla.
Es un poco engañosa la historia porque identificamos el neoliberalismo en el momento de su auge, en los años ochenta, cuando en Estados Unidos gobernaba Ronald Reagan y en Inglaterra Margaret Thatcher. Para ese momento ya había triunfado, pero la década importante para la historia del neoliberalismo es la anterior, cuando el primer gran ejemplo de políticas neoliberales que funcionan fue Chile.
La dictadura de Pinochet no era en principio neoliberal sino un gobierno autoritario que no tenía un programa económico claramente neoliberal. Fue solamente unos años después cuando dentro de su gabinete gana el ala neoliberal. Según es fama (difícil saber si sea cierto o no), hubo una reunión de 45 minutos entre Milton Friedman y Pinochet, en la cual el economista persuadió al general de que sus recetas eran las que Chile necesitaba. Sea verdad o no, el hecho es que se envió a un equipo de economistas de Chicago a trabajar con sus colegas chilenos formados en la Universidad de Chicago en los años anteriores, y que tenían ya una presencia consolidada en Chile.
Entonces desarrollaron un esquema neoliberal, que tuvo altibajos: hubo algunos momentos en que, efectivamente, las recetas neoliberales produjeron un auge de la economía chilena, lo cual fue utilizado como ejemplo. Desde entonces hemos vivido en buena parte de la periferia bajo la constante presencia del modelo chileno. Eso es, por supuesto, especialmente engañoso: ha sido exitoso a ratos y en otros un fracaso, ha tenido auges y recesiones, como todos los modelos, pero siempre la idea es que es el modelo de una política neoliberal exitosa —que lo ha sido en algunos temas, sin duda.
Es importante porque la inmensa mayoría del mundo vive en la periferia, y porque el modelo de los países centrales con economías desarrolladas que funcionan bien no dice gran cosa. La idea de que hay un país que era subdesarrollado y que se ha desarrollado gracias al neoliberalismo es enormemente atractiva. No vende mucho en el espacio internacional decir que Alemania es exitosa y que adoptó políticas neoliberales. Esa es la importancia del modelo chileno.

AR: Pero ¿cuál es la medida del fracaso neoliberal en la periferia? Usted es muy crítico con, por ejemplo, los Tigres asiáticos (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán). ¿Qué pasó en ellos?
FEG: Sucede algo con las políticas neoliberales de manera más o menos sistemática: en cuanto se liberaliza un mercado, se permite el ingreso de nuevos capitales, se desregula y se permite el movimiento de empresas diferentes, normalmente hay un primer periodo de auge. Eso es absolutamente lógico y natural, pero lo que sucede después no está tan claro.
Siempre que se produce una liberalización rápida también se produce un crecimiento económico rápido, engañoso pero real; entonces esas economías, las que sean, se pueden proponer como modelo. Allí están los ejemplos de Lituania, Letonia y Estonia, que eran socialistas, se liberalizaron, abrieron su bolsa de valores, desregularon, liberalizaron su mercado financiero y entraron en auge. Es verdad, pero lo que no se dice es que unos cuantos años después ese auge se convirtió en una burbuja, ésta pinchó y esos países entraron en recesión. Normalmente eso sucede.
Entonces, el éxito de las políticas neoliberales, como el de cualquier política económica, nunca es constante, pero como siempre hay algún país al que le está yendo bien es usado como ejemplo.
Hubo un tiempo en que el gran modelo eran los Tigres asiáticos, pero hoy nadie se acuerda de ellos porque sus resultados fueron catastróficos: en todos los casos hubo especulación financiera, caída del producto, endeudamiento, aumento del desempleo, crecimiento de la pobreza, etcétera.
Esos países hoy no son modelo, lo fueron en los años noventa, y a finales de esa década nos olvidamos de ellos y los países bálticos y de Europa oriental ocuparon su lugar. También ahora ya nos olvidamos de que están en una recesión profundísima, de que los países bálticos, por ejemplo, han expulsado al 10 por ciento de su población en los últimos seis años porque no tienen modo de emplearla.
Entonces los auges son temporales, igual que los de otros modelos económicos, pero es indudable que los del neoliberalismo son transitorios, como lo ha explicado muy bien Hyman Minsky con su hipótesis de inestabilidad de los mercados financieros: cuando comienza a crecer un mercado financiero con expectativas de crecimiento de la economía, inevitablemente se tiende a lo que los legos llamamos burbujas financieras, y ese es un esquema que a mediano plazo produce inestabilidad y termina, tarde o temprano, pinchando la burbuja y provocando una recesión.

AR: El mejor ejemplo es la crisis de 2008, que parecería una refutación del neoliberalismo. ¿Cómo sobrevivió entonces esta doctrina?
FEG: Yo creo que el neoliberalismo salió fortalecido luego de la crisis de 2008, contra lo que quisiéramos pensar, por varias razones: la primera es que el predominio de las ideas neoliberales en el espacio académico en el mundo es tal que, cuando vino esa crisis, realmente no había alternativas.
Por otro lado, el predominio de los intereses del capital financiero es de tal magnitud que es muy difícil modificar el conjunto básico de reglas en las que se apoya el modelo neoliberal. Hay una regla básica para el funcionamiento de todo el esquema, que hizo evidentes sus problemas con la crisis de 2008, pero que no va a cambiar: la libertad irrestricta de circulación de capitales. Si se permite que el capital se mueva a donde quiera, entre todos los países, y que haya un sistema de paraísos fiscales que permita evadir impuestos y esconder el dinero en el momento que sea, el capital financiero tiene autoridad sobre el conjunto de la economía. Entonces, si se crean las condiciones legislativas, fiscales y regulatorias para que sean atractivas para los inversionistas, el capital llega; pero, por ejemplo, en cuanto eso cambia y se quieren cobrar más impuestos, se pone una legislación de protección ecológica más estricta o se pide que haya una responsabilidad social de las empresas, el capital se va.
Esa libertad absoluta del movimiento de capitales es la pieza básica para que todos los Estados tengan que disciplinarse y seguir las mismas políticas favorables a las empresas. Nadie puede salirse porque la amenaza absolutamente real es la fuga de capitales. Esa regla no va a cambiar, por lo cual el poder del capital financiero sobre el conjunto de la economía tampoco.

AR: Parece que se hace realidad aquello que decía Margaret Thatcher: “No hay alternativa”. Usted comenta que no hay otros programas políticos y ni siquiera una crítica articulada del modelo neoliberal. ¿A qué se debe esto?
FEG: En el periodo de auge del neoliberalismo éste era un programa enormemente atractivo. Esto lo trato de describir en el libro: parecía explicar y tener respuesta para muchas cosas, por lo que se empezó a desarrollar en las escuelas de economía, sociología, filosofía, etcétera.
Parecía que estaba resolviendo todo y que ofrecía, finalmente, una ciencia, algo que, definitivamente, era la ciencia de lo social. Ese fue el atractivo del neoliberalismo.
Entonces en todos los centros de investigación comenzó a predominar el modelo neoliberal con todas sus variantes y peculiaridades. Siguen existiendo otras tradiciones de pensamiento pero que fueron, durante muchos años, relativamente marginales. Además, el espacio que ocupó de manera muy eficiente el programa neoliberal fue el de las consultorías, las empresas de asesoría, lo que los norteamericanos llaman think thanks (tanques de pensamiento), que producen un conocimiento prêt á porter, para cualquier problema. Lo pueden hacer de una manera que otros programas intelectuales no, porque en el nivel de abstracción en el que se mueven todos los problemas se plantean de la misma manera: pueden entenderse en términos de mercado y la solución más eficiente será la libre competencia. En el libro muestro casos extremos, desde la tolerancia religiosa hasta el orden familiar, las relaciones de parentesco, todo se puede imaginar como si fuese un mercado y siempre se puede ofrecer como solución la libre competencia.
Esas empresas de consultoría ofrecen recetas para resolver cualquier problema mediante el mercado. Aportan algo que los políticos agradecen mucho, y que la mayor parte de los académicos no estamos en condiciones de ofrecer: respuestas prácticas y rápidas. Si le preguntan a un grupo de investigadores serios cómo resolver el problema de la educación en México, van a decir: “Hay toda esta investigación acumulada, hay una enorme complejidad, y vamos a necesitar seguramente años de discusión, análisis, prueba, etcétera”. Mientras, una empresa neoliberal dice: “Tu problema es que el sindicato está monopolizando la educación. Lo que necesitas es libertad de mercado, competencia en la educación”. Es una respuesta fantasiosa, que no tiene mucho sentido, pero que se ha dado y que se ha adoptado en algunas partes.
Entonces ese espacio entre la academia y la política, que ocupan las asesorías y las consultorías, esta abrumadoramente dominado por el programa neoliberal.
Esa es una de las razones por las cuales en 2008 y cuando nos hizo falta, no había alternativa.

AR: Al final del libro usted aporta algunos parámetros para construir una opción al neoliberalismo. ¿Hoy cómo estamos al respecto?
FEG: Cuando sometí mi libro a dictamen en El Colegio de México, uno de los dictaminadores me pidió que agregara algunas páginas mirando al futuro precisamente para decir si se puede pensar una alternativa. A eso corresponden las últimas páginas, donde intento plantear los parámetros para una opción.
No tenemos una solución, no está claro cuál va a ser la alternativa, pero sí sabemos algunas cosas y a partir de allí hay que empezar a pensar.
Lo primero es que la aplicación estricta del modelo neoliberal ha fracasado. Hay que reconocerlo sin ambages, lo cual no significa que uno quiera volver a un modelo del pasado. Es un dato: el modelo neoliberal produjo, en el mundo, menos crecimiento que el desarrollista e intervencionista de los 30 años anteriores, una peor distribución del ingreso, mayor concentración del ingreso, mayor desigualdad, y no produjo el desarrollo de ninguno de los países de la periferia. Es decir: fracasó, no cumplió las promesas que había hecho.
Si tomamos como punto de partida el dato de que fracasó no nos queda más remedio que pensar una alternativa, y entonces, en lugar de insistir en desarrollar más el modelo, debemos dedicarnos a pensar en las fallas y en cómo corregirlas.
Segundo punto importante para pensar una alternativa: la modificación de ese esquema mental, esa epistemología que quiere soluciones abstractas y universales, y hacernos cargo de que el conocimiento de lo social es complejo y que, por lo tanto, tiene que desarrollarse con plena conciencia de la historia, de la geografía y de la cultura, y producir, entonces, un conocimiento mucho más local, apropiado para cada una de las situaciones.
Finalmente, dado que culturalmente el neoliberalismo básicamente es un gran movimiento de reducción de lo público en beneficio de lo privado, sabemos que la alternativa será el desarrollo de lo público nuevamente, lo cual no quiere decir lo estatal sino reconocer que hay intereses públicos (la ecología, la salud, la educación, el transporte), que hay responsabilidades y problemas públicos que deben resolverse de manera pública, es decir, deliberativa, dialogante, en espacios públicos, considerando que todos tenemos intereses compartidos que no va a resolver el mercado.
Ese es el punto de partida, que creo que ya está bastante generalizado: sabemos que el modelo fracasó, que debemos tener un pensamiento más complejo y que tenemos que recuperar la dimensión pública de la vida social.

AR: En el libro hay algunas menciones a México. Pero ¿cómo ha evolucionado en nuestro país el neoliberalismo?
FEG: El caso mexicano es absolutamente típico: se ha producido el desarrollo igual que en el resto del mundo. Tiene su inicio en la década de los treinta, y los años oscuros para el neoliberalismo son los del predominio del modelo desarrollista que entró en crisis en los setenta, y por lo tanto las soluciones neoliberales comenzaron a adoptarse en los años ochenta, como en todo el mundo. Produce auges y caídas, crecimiento y crisis de la economía en 1995, en 2000, como en todo el mundo, y ha fracasado, en general, en crecimiento, en reducir la desigualdad, en promover la distribución de la riqueza, como en todas partes.
Se publicará próximamente en el Fondo de Cultura Económica un libro de una profesora de la Facultad de Economía de la UNAM, María Eugenia Romero, que es una historia del neoliberalismo en México, que comienza con quien fuera el ministro de Hacienda de Pascual Ortiz Rubio, Luis Montes de Oca, quien entabló correspondencia con Ludwig von Mises, y lo invitó a México y vino en 1942. Hubo un grupo de empresarios, banqueros casi todos, que se articuló alrededor de Montes de Oca, y que comenzó a ensayar soluciones, a crear instituciones educativas y a pensar en la alternativa neoliberal desde el momento cardenista, cuando había la broma de que la Escuela austriaca de economía la formaban Von Hayek, Von Mises y Von Montes de Oca.
Desde entonces ya había una presencia mexicana en el neoliberalismo, cuya historia en nuestro país es ejemplar de lo que sucede en todo el mundo.



*Entrevista publicada en Etcétera, núm. 181, diciembre de 2015.