jueves, julio 18, 2013

La profundidad del humor. Entrevista con Guillermo Espinosa Estrada

 
 La profundidad del humor
Entrevista con Guillermo Espinosa Estrada*
Por Ariel Ruiz Mondragón
El humor y una de sus principales vertientes, la comicidad, han registrado diversas concepciones y formas de practicarse a través de todas las épocas, las que han quedado registradas cuando menos desde los tiempos bíblicos y hasta la época de las sitcoms norteamericanas y de las redes sociales.
Una buena reflexión en la que se mezclan la historia, la literatura y el humor es el conjunto de ensayos que Guillermo Espinosa Estrada (Puebla, 1978) nos presenta en el libro La sonrisa de la desilusión (México, Tumbona Ediciones, 2012), en el que a través de su álter ego, William Thornway, nos presenta una concepción moderna del humor y la risa que está muy vinculada con sus contrapartes: la tristeza y el llanto.
Replicante conversó con el autor, quien es doctor en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad de Boston; ha sido profesor en las universidades de las Américas e Iberoamericana, ambas en Puebla, así como en el Departamento de Estudios Humanísticos del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Ha colaborado en revistas como Luvina, Letras Libres, Casa del Tiempo y Tierra Adentro, entre otras.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar hoy un libro sobre lo cómico, sobre la risa, sobre el humor?
Guillermo Espinosa Estrada (GEE): Es una buena pregunta; de hecho, un par de reporteros me han preguntado que en un país como el nuestro, con tantos problemas, qué significa reír. Creo que en un contexto como el nuestro, reír termina por ser una evasión muy sana, y en ese sentido sería interesante leerlo desde ahí.
En Estados Unidos los ratings de las sitcoms (comedias de situación) siempre suben cuando hay crisis económicas y desempleo; las series de drama, por ejemplo Los Soprano, son las más importantes cuando la economía está bastante solida. Entonces, creo que la comedia es una forma muy sana de evasión, y en el caso particular de mi libro siento que, desde mi perspectiva como autor, es un poco ahistórico, bastante alejado de la realidad. Es un poco solipsista hablar de la risa y de cosas que hacen reír, y creo que peca de cierto narcisismo o incluso miopía ante un mundo que se cae a pedazos a nuestro alrededor; el narrador decide no voltear a ver eso y mejor ver una película, un cuadro que lo aleje, de alguna manera, de lo que lo circunda.

AR: Eso es interesante, porque hay interpretaciones que nos das de quienes piensan que la risa es subversiva, y que rompe con los poderes establecidos, por ejemplo Darío Fo o, pienso yo, Umberto Eco en El nombre de la rosa; pero también hay otra vertiente que considera conservadora la comicidad, y que es un poco lo que tú dices: evasión de la realidad. ¿Cuál de las dos vetas prefieres: la subversiva o la conservadora?
GEE: Lo que dices es muy cierto: hay posturas que dependen de la ideología de cada individuo y que tienden a posicionarse en un lugar del espectro político. Yo, como académico y como alguien que esta interesado en estudiar la risa, trato de alejarme de eso y ver que las dos posturas son tanto correctas como equivocadas. Cuando estaba haciendo mi tesis de doctorado, descubrí que Tres tristes tigres, novela de Guillermo Cabrera Infante bastante cómica, para Ángel Rama era la primera gran manifestación literaria de la Cuba castrista, ya que rompía con el lenguaje monótono de la dictadura de Fulgencio Batista; pero para Emir Rodríguez Monegal, quien era su enemigo y que daba clases en Yale, completamente de derechas, era la primera manifestación de una dictadura de izquierda y cómo el lenguaje tratada de subvertir esa dictadura. El mismo libro le servía a los dos críticos como un ejemplo de cómo el humor era subversivo, pero manifestaba posturas completamente opuestas.
Entonces, creo que eso se debe a que en el humor y en la comedia hay mucha ironía, y ésta es inasible: es decir algo pero que significa lo contrario, y todo depende de cómo lo vamos a tomar. Yo creo que está mal considerada la comedia como algo subversivo, porque muchísimos géneros son profundamente conservadores: la comedia, por ejemplo, tiende a restablecer el statu quo, su final feliz lo hace. Pero, por otro lado, sí puede ser subversiva; por ejemplo, en el libro hay un chiste sencillamente impublicable o es imposible de decir debido a lo soez que es por su escatología.
Yo creo que el humor es un buen termómetro de cierta visión del mundo; por ejemplo, durante la Guerra Fría existía esta postura del humor como algo subversivo o como algo conservador. Pero creo que en el siglo XXI, por lo que he leído, el humor ahora es sinónimo de nihilismo y de cierta indiferencia carente de valores: el que ríe es porque es indiferente a la decadencia contemporánea.
Entonces, el humor como que va marcando esas tendencias ideológicas en diferentes momentos de la política y de la historia.

AR: Como expresas, tuviste el proyecto de hacer lo que llamas “el libro de la comicidad absoluta”. ¿Por qué hoy investigar la risa? ¿Cuál es su importancia en el mundo de hoy? Yo lo pondría en dos planos: el individual y el colectivo.
GEE: En el colectivo, yo diría que hay que investigar la risa porque hoy todo es chistoso: los políticos quieren hacernos reír, cómprate una playera y tiene un eslogan ingenioso, todos queremos ser chistosos en las redes sociales. Existe una frivolidad generalizada: todos tenemos que ser un poco cómicos y está muy mal visto tomarnos en serio. Esto a mí, como estudioso del humor, me afecta, me molesta un poco porque creo que pocas cosas son más serias que el humor. Una cosa es ser serio y otra ser aburrido; tal vez no debemos ser aburridos, o no siempre, pero no siempre tenemos que ser chistosos, frívolos y ligeros. Creo que por eso es importante restablecer el significado original o más profundo de la palabra “humor”, la cual no sé por qué es sinónimo de chistoso cuando no necesariamente es así. El humor es una forma muy particular de reír, que creo que esta más asociada al llanto que a la risa; entonces, yo estoy preocupado como escritor por restablecer al vocablo “humorismo” toda esa profundidad que tiene, y que siento que nuestra comicidad contemporánea está siempre subvaluando.
En un aspecto muy personal, yo escribí el libro tratando de encontrar las respuestas de por qué me obsesiona tanto esto, de por qué pensarlo, y no sé si llegue a ellas escribiéndolo. Pero creo que tiene mucho que ver con la evasión de la realidad de la que hablábamos antes. Creo que hablar de la comedia y del humor para mí es una forma de no pensar en otras cosas que probablemente serían más dolorosas o más interesantes con respecto a mi propia vida. Entonces trato de divertirme o divergir mi mente en estas cosas cómicas para no pensar en otras. Eso es, a un nivel muy personal, el origen de mi obsesión.

AR: Sobre las redes sociales: una de las cosas que me gustó más del libro es la crítica del optimismo, lo que llamas “felicidad a ultranza”, y que yo prefiero denominar “buenaondismo recalcitrante”. Pero ¿por qué esa crítica al optimismo y a la felicidad, si, por ejemplo, la risa es un estado de felicidad muy efímero pero muy gozoso?
GEE: Yo creo que el ensayo sobre Norman Rockwell, que es donde critico el optimismo y la felicidad a ultranza, en la escritura del libro tuvo un lugar muy importante: yo quería que mi narrador tuviera un marco narrativo donde le fuera muy mal y, eventualmente, asumiera su desgracia o su patetismo con cierto optimismo al final. Entonces, era importante esta diatriba en contra de lo que es ser feliz porque él tenía esa necesidad de hallar de nuevo la felicidad.
Mas la verdad es que es un texto un poco lejano a mi propia idea de la vida como autor, porque sí soy una persona que busca o que está convencido de que la felicidad es posible, aunque tal vez sí estoy en contra de la felicidad programática de “piensa positivamente y las cosas se te darán”. Pero creo que trato de ver la vida con los ojos de una persona muy ingenua, algo de lo que mi narrador está completamente distanciado o incluso en contra de ello. Pienso que es de los ensayos en los que, yo como escritor, comulgo menos con mi narrador personaje.

AR: Ahora que mencionas la ingenuidad: hay muchas partes del libro en las que hablas de la infancia, así como de cuando las personas pierden su niñez, cuando las cosas que nos parecían muy cómicas de pequeños, como adultos ya no nos resultan así. ¿A qué se debe esta transformación?
GEE: Creo que tiene que ver con esta ingenuidad en la mirada que paulatinamente se va haciendo irrecuperable, y se convierte en una especie de paraíso perdido que no podemos rescatar. Ese ensayo sobre la comedia del pastelazo tiene la hipótesis de que sólo teniendo un hijo tal vez podamos recuperar esta risa.
Probablemente aquellas cosas nos dejan de hacer reír porque uno va dándose cuenta —o eso fue lo que descubrí haciendo ese ensayo: me gusta hacerme una pregunta para la cual no tengo respuesta y escribir para encontrarla— de la gravedad de lo que encierran. Cuando terminé el ensayo fue cuando escribí un párrafo que dice: “Es que la comedia del pastelazo en realidad no es tan chistosa”. Abundan mucho los golpes y las humillaciones, y al niño puede hacerle reír porque probablemente no ha experimentado eso; pero después de un par de golpes y de humillaciones, ya no nos podemos reír tanto de los Tres chiflados o de Chaplin —aunque éste es tan humorista que siempre te va a hacer sonreír porque pierde y te vas a reír. Pero si lo piensas dos veces, lo que le pasa es horrible, y si a ti ya te pasó algo parecido, pues ya es trágico.
Entonces, yo creo que tiene que ver con eso: entre más experiencia de vida tengas, más te va a costar reírte con un señor que se resbala; hay que ser muy insensible para después reírse de eso.

AR: Mencionas ejemplos históricos, especialmente algunos casos de la Biblia, como “El libro de Jonás” y las notas de Ibsen, por ejemplo. Pero también estableces que hay una comicidad moderna a partir de Cervantes. ¿Cuáles son, a muy grandes rasgos, las diferencias entre el humor premoderno y el moderno?
GEE: Como varios escritores han señalado, el humor es la risa que surge ante la adversidad, o, más bien, esta sonrisa de resignación que surge ante la adversidad, y está plasmada mejor que nada en la tradición hispánica en El Quijote, y entre los anglosajones en Shakespeare; ambos son autores tan contemporáneos que murieron el mismo día.
Entonces el hecho es muy datable: es una sensación que nace a principios del siglo XVII. Creo que la diferencia de ese humor con el premoderno —que fue, por ejemplo, el de la comedia clásica de Aristófanes, Plauto, etcétera— se debe a cierta delicadeza. Bioy Casares lo designa como “buena educación”; él dice que el humor es una forma de la buena educación porque es no molestar a tu interlocutor con tus penas, y es una forma de sobrellevarlas amablemente sin parecer demasiado trágico o patético. Él, que es uno de los grandes exponentes del humor, lo entiende así: ante lo terrible, hay que comportarnos con cierta dignidad.
Lo que pasó en la comedia premoderna es mucho más brusco, rudo, grosero en un sentido de grotesco, de situaciones mucho más bochornosas o una forma de reír menos delicada. La comedia clásica no tiene remilgos: toma un personaje y lo va a golpear hasta el cansancio. Entre eso y Cervantes, yo creo que hay una gran dosis de misericordia: éste puede golpear mucho a su Quijote, pero hay un momento en donde no puede más porque se va a sentir identificado con el personaje, y va a compadecerse de él. Es allí donde aparecen los momentos más hermosos del libro, que consisten en comprender al personaje más que en burlarse de él. En la comedia clásica hay poca comprensión; hay más sorna y castigo que empatía.
Entonces, creo que la empatía y la misericordia son aspectos de este parteaguas entre esas dos formas de reír que yo menciono en el libro, y que muchos otros autores también distinguen.

AR: Una de las cosas que más me atrajo del libro es que no te limitaste a hacer escarnio burlesco de la literatura sino también de la música. Hay un par de textos dedicado a músicos: a Mastropiero y a Grieg, además de que haces referencia a la comedia musical. A partir de ellos, ¿cuál es la relación entre la música y la comicidad?
GEE: En el índice tentativo del libro yo sabía que, por ejemplo, tenía que escribir algo sobre la comedia musical, la comedia romántica y las comedias de situación norteamericanas. Como que tenía géneros muy claros, y cuando no tenía el género sabía que debía tener un ensayo sobre la parodia, pero no sabía qué obra o qué fenómeno cultural me iba a servir. Eventualmente, en la escritura resultó que Mastropiero era el gran paródico y que era perfecto para escribir un ensayo sobre la parodia. Creo que una vez se menciona la palabra, pero todo lo que hace Mastropiero, o todo lo que yo hago que haga, es porque también es una forma de manipular los datos que Les Luthiers me dan, porque muchas de las obras que menciono no existen y ellos las inventaron para su propio personaje. Entonces, era perfecto para hablar de la parodia, y que es esta copia grotesca, un poco burlesca, que termina siendo el mejor homenaje del original. Entonces yo por eso escogí a Mastropiero.
Luego está el ensayo sobre Grieg. La verdad es que lo que pasa con la música es que es un lenguaje que depende mucho de nuestras emociones y de nuestra subjetividad; entonces, yo creo que de esta pieza muchas personas van a decir que no tiene nada que ver con la risa, que no es chistosa o que es más trágica que cómica; pero yo sabía que ahí estaba esa mezcla de lo alegre y de lo triste. Mientras lo escuchaba, sabía que se relacionaba con lo tragicómico, y entonces ya me inventé toda una historia donde hay un supuesto matrimonio, un supuesto divorcio y una boda, y que es la forma de enmarcar esta pieza en el contexto del libro.

AR: Dices que Mastropiero copia palabra por palabra.
GEE: Que es una copia de Pierre Menard, al que yo usé como un molde en el que luego metí todo lo de Mastropiero.

AR: Pero a raíz del último escándalo de Sealtiel Alatriste y sus plagios, me pareció formidable encontrar en tu libro una parte donde dices que “la mímesis se convierte en mímesis al cuadrado”, y parece que también te lo piratearon o que es una muy grande coincidencia.
Por otra parte, me da la impresión de que la comedia como género, el humor y la risa son aspectos muy volátiles del ser humano; hablas, por ejemplo, de la evanescencia, de la evasión de las realidades, e incluso de que el comediante es el que vaga por el mundo. Entonces ¿la comicidad es un asunto ligero y volátil?
GEE: Sin duda; es algo muy inasible, muy volátil, muy difícil de encapsular. Los grandes teóricos sobre la risa y el humor, como Bergson, Freud, Schopenhauer e incluso Kant, tienden a cometer errores garrafales en los que suelen ser sus peores libros. Los de Freud y Bergson con pésimos, aunque este último tiene muchísima popularidad. Esto se debe a que la estrategia del filósofo, que es hallar conclusiones muy sólidas, suele fracasar cuando se trata del humor porque éste cambia con el tiempo. Ya hay que ser realmente un erudito para reírse con Aristófanes, aunque éste probablemente aún nos haga reír. Pero hay un libro de chistes del siglo III después de Cristo y que menciono en el libro, que se llama El Filogelos; bueno, pues un inglés lo puso en un bar de stand up como parte de un juego; nadie se rió con sus chistes sino se rieron de su fracaso. Entonces, todos estos intentos por encontrar ese secreto, esa esencia de la comicidad suelen fracasar, porque también un buen chiste hoy aquí, no lo es mañana en Estados Unidos; por ejemplo, el de las Torres Gemelas con el que el humorista Gottfried empezaba una rutina en Nueva York, por el que fue completamente abucheado. Bueno, no era un pésimo chiste pero sí un pésimo lugar para decirlo.
Hay algo que también tiene mucho que ver con lo subjetivo: hay gente que no se ríe con El Quijote y no se va a reír nunca con Shakespeare, y está bien; también hay personas, como yo, que nos reímos de todo. Entonces, es muy subjetivo y por eso se entiende que todos los sistemas para entender a la comicidad terminen fracasando. Creo que eso justificó, al inicio de la escritura, una aproximación tan subjetiva, de inventar un personaje con mi nombre o muy parecido a mí, que se acercara de una forma subjetiva a lo que lo hacía reír a él, y que es como una forma de cubrirme las espaldas. Si eso no te hace reír a ti, bueno es porque tú te ríes de otras cosas.

AR: Hay un proyecto inacabado, que es la biblioteca Scriptorum Comicorum, que reuniría todo el humor, que comenzó en diciembre de 1994. ¿Por qué concluyó esa idea tuya de llegar al libro de la comicidad absoluta, en el que se juntarían todos los libros de la risa?
GEE: Bueno, ese proyecto es una broma desde el inicio, que nunca sucedió aunque siempre he querido llevarlo a cabo. Por eso me fascina la onda digital, ya que aunque sea digitalmente podríamos tener ese acervo de todo lo que es chistoso. Yo lo que quería era crear este libro utópico, y que la metáfora —que tendría que ser subterránea al ensayo— es que ese libro sería la garantía de que existe la comicidad absoluta, de que hay un lugar o un texto en el que todo eso puede ser compendiable y ahí esta lo chistoso. Pero esa certeza, esa garantía de absoluto tendría que verse cuestionada cuando el narrador se enamora, y eso hace que su visión o que sus lecturas le muestren que todo lo que es chistoso pierde el sentido si no está acompañado de lo triste. Entonces, como que es un proyecto muy ideal y de alguien muy obsesionado con el tema, pero que tendría que descubrir, sólo tras una experiencia o un desencanto amoroso, que la risa sólo tiene sentido cuando se contrasta con su contraparte que es el llanto.
Yo creo que por eso fracasaría el proyecto: porque es algo que solamente alguien muy joven y muy ingenuo podría llevar a cabo; pero alguien con cierta cantidad de fracasos tendría que darse cuenta de que esa sólo es una mitad del mundo, que es como el día, pero que éste no es nada sin la noche. El narrador tendría que descubrir ese juego de contrastes.

AR: También hablas mucho de la religión, especialmente de la católica, del apocalipsis. En este sentido, ¿cómo ha moldeado la religión católica nuestra concepción de la comicidad?
GEE: Creo que de una forma decisiva. Lo que nos distancia de la comedia clásica es la Iglesia católica. Como te digo, todavía nos podemos reír de Aristófanes, pero no de toda su obra porque hay unas cosas que ya nos quedan muy lejanas.
Creo que la Iglesia católica, con toda su complejidad, ha tenido momentos muy cómicos. Hay un gran libro que toda la gente que está interesada en este tema conoce de memoria: el de Batjín sobre el carnaval medieval, y que sirve para entender la obra de Francois Rabelais. Allí se aprecia cómo en la Baja Edad Media la Iglesia católica se daba muchas licencias para hacer reír a sus feligreses, como el sábado de gloria, el carnaval, las gárgolas, y cómo todo lo que era ridículo y grotesco era parte de Dios. Luego la Iglesia se fue aburguesando y todo aquello empezó a ser marginado y tachado como “restos de paganismo”, por lo que hubo que eliminarlos. Pero esto es bastante moderno aunque esté sucediendo en el siglo XV y que ya esté lejísimos de nosotros; pero hubo quince siglos donde todo aquello era permitido. Entonces, la Iglesia católica siempre tiene ese resabio de paganismo o de carnaval medieval que le es inherente.
Por otro lado, creo que lo que permite que Cervantes haga una nueva forma de reír es precisamente lo que te comentaba hace rato: esa misericordia y esa compasión que no puede concebirse en Occidente sin el Nuevo Testamento, que es como la idea de ver algo triste y compadecerte antes de hacer escarnio de ello. Hay un buen chiste que menciono en el libro: los legionarios de Roma ponen en la cruz de Jesús: “Aquí está el Rey de los Judíos”, y por eso le ponen una corona de espinas. Es una forma muy premoderna de reír, pero alguien moderno no puede reír ante eso, aunque sea un buen chiste; y no es porque sea el hijo de Dios sino porque ese mismo libro, ese testamento nuevo, sencillamente expone otros valores que tienen que ver con la risa moderna, que es la quijotesca, triste o compasiva.

AR: Para terminar: tú hablas de la comedia romántica, de la comedia musical, de las sitcoms, en las cuales finalmente el amor está de trasfondo. ¿Cómo se vinculan en la modernidad la idea del amor con la del humor, entendiendo éste como comicidad?
GEE: Creo que son muy profundas. Como que todos los textos de amor efectivo son de desamor, y el desamor y la desilusión son la mejor materia para hablar del humor. Cuando empecé a escribir el libro hubo un momento en que dije: “Yo quiero escribir un libro de ensayos de amor”. Luego fue natural que la historia de amor fuera de amor fracasado, y creo que esa es la mejor excusa para reflexionar sobre la pérdida (incluso de los padres) o sobre la desilusión, que son temas que se prestan mucho para poder hablar del humorismo. La pérdida del ser amado es la mejor excusa para abordar el tema del humor, desde mi perspectiva. Entonces yo creo que por eso aparece en varias ocasiones y con varios géneros.

*Entrevista publicada en Replicante, agosto de 2012.

martes, julio 02, 2013

La impunidad no se combate con abuso de poder. Entrevista con Luis de la Barreda Solórzano


La impunidad no se combate con abuso de poder
Entrevista con Luis de la Barreda Solórzano*
 
Ariel Ruiz Mondragón
La dilatada historia de la impunidad en México se ha presentado de diversas formas; una de las más socorridas es la del afán por alcanzar la justicia en casos en los que los abusos de poder han lesionado a ciudadanos mexicanos en el ejercicio de sus derechos. Esa idea ha terminado, en ocasiones, por generar otras violaciones de garantías que acaban por empeorar la situación y multiplicar la impunidad.
En nuestro proceso político reciente, con la alternancia en la titularidad del Poder Ejecutivo en el año 2000, se abrieron enormes expectativas por, ahora sí, procurar justicia en casos como el dos de octubre de 1968, el 10 de junio de 1971 y la llamada “guerra sucia” contra la guerrilla en la década de los setenta del siglo pasado. Tras una intensa discusión sobre la forma jurídica que debería tomar el organismo al que se le encargaría tan grave tarea, el presidente Vicente Fox optó por crear la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), que fue encabezada por Ignacio Carrillo Prieto.
Empero, las labores de la fiscalía resultaron francamente decepcionantes: apenas pudo entregar un informe final poco novedoso que en casi nada contribuyó a la eficacia de la justicia, y terminó por verse envuelta en escándalos por los abusos de poder y el derroche de los recursos que tuvo para desempeñar su tarea.
Para intentar salvar la cara ante la ineficiencia de su trabajo, el fiscal Carrillo Prieto intentó consignar a algunos funcionarios públicos que en las décadas de los sesenta y setenta laboraron en el área de seguridad. Sin embargo, tuvo poco acierto.
El capitán Luis de la Barreda Moreno, quien fue el titular de la Dirección Federal de Seguridad, fue uno de los principales acusados por la Femospp; sin embargo, ninguna de las acusaciones pudo ser suficientemente sustentada por Carrillo Prieto y su equipo. Fue, tal vez, el mayor fracaso de la fiscalía.
Sin embargo, para intentar sostener sus acusaciones la Femospp recurrió a la invención de pruebas y a la persecución, con lo cual no hizo más que agravar la impunidad de los responsables de aquellos hechos.
El relato de la persecución de la que fue objeto el capitán De la Barreda Moreno se encuentra en el libro de su hijo, Luis de la Barreda Solórzano, El pequeño inquisidor. Crónica de una infamia (México, Océano, 2008), en el que se muestra una de las formas que adquiere en nuestro país el abuso de poder, que en este caso se cometió buscando “justicia”.
Fue con motivo de la aparición de este libro que en 2008 sostuvimos una conversación con el autor, quien es doctor en Derecho por la UNAM. Autor de más de 15 libros, fue presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y director del Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad; ha sido profesor en instituciones como la UNAM y la Universidad Autónoma Metropolitana, e investigador en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Es miembro numerario de la Academia Mexicana de Ciencias Penales.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como El pequeño inquisidor?
Luis de la Barreda (LB): Es un libro de historia reciente, que trata sobre un ejemplo de perversión en la procuración de justicia, de los cuales hemos tenido varios. No hay mayor abuso de poder y no hay poder más desnudo, más incontestable, que el de un fiscal o de algún procurador, como ha ocurrido en una serie de perversidades en la procuración de justicia, entre las cuales están las que hizo Pablo Chapa Bezanilla cuando aquella famosa osamenta de La Paca, lo que hizo Samuel del Villar en el caso del homicidio de Paco Stanley, y otros varios, como el del libro. Éste, además, me interesa particularmente porque el principal acusado, el “chivo expiatorio” principal del fiscal especial Ignacio Carrillo Prieto, fue mi padre, contra quien se lanzaron 10 acusaciones, todas echadas abajo judicialmente; pero mientras, se le mantuvo como inculpado durante tres años.
Mi padre nunca tocó la prisión ni por un segundo, pero el hecho de mantenerse inculpado tres años supone un estado de zozobra que ya por sí mismo es un castigo.
Entonces, no solamente se castiga a alguien cuando se le impone una pena por un delito cometido, sino que cuando se le persigue también se le está castigando de alguna manera; cuando se le persigue sin pruebas o con hechos inventados, estamos ante una de las mayores perversidades en el ejercicio del poder.
Si esto, además, se hace por justificar un cargo, por darle gusto a cierto sector que nunca está interesado en el esclarecimiento de los hechos sino que quiere que se ponga a funcionar la guillotina, estamos ante un acto verdaderamente vil.

AR: Su libro es la historia de la lucha contra una persecución. En una parte del libro relata una comida que tuvo con Carrillo Prieto, a quien usted había conocido con anterioridad, cuando éste le dijo que no había elementos para perseguir a su padre. ¿Qué hipótesis tiene usted de por qué el fiscal decidió perseguir a su padre? No podría decirse que era su enemigo por la actuación que tuvo usted en la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.
LB: No, pero en su Comité de Apoyo había gente que me tenía una enorme antipatía por mi actuación en mi segundo periodo como presidente de la Comisión, por una parte; por otra, al perseguir a mi padre, como lo relata Ángeles Magdaleno, cumplía con la cuota de militares que había que consignar.
Como al fiscal nunca le interesó esclarecer los hechos sino ofrecer resultados que fueran políticamente correctos y jugosos, pues dijo: “Aquí tenemos a un militar” (aunque mi padre era un militar retirado hacía muchos años).
Y, en tercer lugar, por lo que narra la misma Ángeles Magdaleno, Carrillo Prieto tiene una antipatía enfermiza hacia mí. Nadie está obligado a que alguien la caiga bien, pero aquí había una cosa enfermiza. Él me mandó una carta cuando terminé mi periodo como presidente de la comisión, donde hablaba de mi valentía, de mi autonomía, de mi profesionalismo, virtudes dignas de emularse; y en privado, con sus colaboradores, y después en desplegados públicos, cuando inculpó a mi padre, me injurió. Eso sicológicamente es interesante.

AR: Usted señaló que padeció el hostigamiento de buena parte de la izquierda cuando denunció sus abusos en el Gobierno del Distrito Federal. En este sentido, ¿qué pasó con la actuación de la derecha en este caso de abuso de poder? Usted señala a José Luis Soberanes, a Santiago Creel y a Vicente Fox.
LB: En algún capítulo digo que el doctor José Luis Soberanes se prestó a la simulación: él llegó a la Presidencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos después de un golpe ilegítimo contra Mireille Rocatti, y después emitió una recomendación sin nombrar a un presunto responsable. Santiago Creel, quien fue uno de los artífices de la destitución de Rocatti, le dio un golpe terrible a la institución del ombudsman porque golpeó el principio de inamovilidad, que es básico para su función; con este precedente, cualquier ombudsman incómodo podría ser depuesto con una simple reforma legislativa y en virtud de un artículo transitorio.
Y Vicente Fox quiso anotarse un triunfo propagandístico, y entonces anunció la creación de una fiscalía para perseguir crímenes del pasado. Aquí estamos incluso ante una cuestión terminológica muy cuestionable: en primer lugar, no hay crímenes del futuro, todos los delitos son del pasado; ni siquiera el delito que se esté cometiendo en el presente puede perseguirse porque antes hay que conocer de él, por ejemplo.
Entonces, todos los delitos que se persiguen son del pasado, nunca del futuro. Cuando se instaura la fiscalía para perseguir crímenes del pasado, quiere decir “del pasado autoritario”, de “las tinieblas en las que nos sumió el PRI”. “Yo voy a demostrar”, parecía ser la proclama de Fox al crear la fiscalía, “que yo soy distinto de aquéllos”.
Muy bien; pero designó a una persona sin las cualidades indispensables para un cargo así, y se lo dio a plena libertad: podía hacer lo que quisiera, podía cometer cualquier arbitrariedad, y como estaba realizando una labor de historia, para el bronce, para despejar las tinieblas y que se hiciera la luz, se valía que hiciera todo.
Esto es lo que se hizo con los inquisidores: como había que combatir las sombras de la herejía, de la brujería, del judaísmo, el inquisidor podía hacer todo.
Entonces, el presidente Fox le dio poderes a un fiscal sin calidad jurídica ni moral, y entonces el fiscal siente que puede hacer todo, y hace todo.

AR: Me interesa saber su opinión política y jurídica de la gente que, a pesar de las evidencias del proceder del fiscal o aunque vieron que no había pruebas en contra de su padre, forjaron teorías y respaldaron a Carrillo Prieto. Usted menciona los casos de Gustavo Hirales, de Miguel Ángel Granados Chapa y de Joel Ortega Juárez.
LB: Hay una enorme deshonestidad intelectual, una enorme falta de escrúpulos. No solamente actuaron así en este caso muchos de ellos; recordemos el caso de los abusos del procurador Samuel del Villar, frente a los cuales guardaron silencio, y siguen instalados en aquella absurda condición de que los abusos de la izquierda no hay que denunciarlos porque es hacerle el juego a la derecha, al adversario.
Entonces, quiere decir que estarían dispuestos a tolerar un régimen que cometiera abusos con tal de que fuera de izquierda. Se han callado ante abusos de Castro, de Chávez, de Daniel Ortega.
Y en este caso, además, se estaba persiguiendo al director Federal de Seguridad del gobierno de Luis Echeverría, por lo que se oyó un tic: “Como era el director Federal de Seguridad de Echeverría, tiene que ser culpable de todo lo que pasaba”.
En una parte del libro digo: “¿Cómo va a ser responsable de la desaparición de un guerrillero por haber informado que se le detuvo?”. Al contrario: al informar de que se le detuvo estaba asumiendo una actitud de no ocultamiento, estaba cumpliendo con su deber: informar a su superior jerárquico. Lo que hubiera pasado después ya no era su responsabilidad.
Pero salieron cosas terribles: por ejemplo, La Crónica de Hoy, de Pablo Hiriart, sacó que el principal colaborador de Carrillo Prieto era un hombre de un pasado no solamente oscuro sino impresentable, y no dijeron nada. Eso me parece realmente lamentable, deplorable.

AR: ¿Usted cree que en esta persecución participaron vastos sectores del gobierno y otros funcionarios? Porque esto viene desde la atípica recomendación de Soberanes en la CNDH hasta un proyecto de resolución de Juventino Castro y Castro en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
LB: Había la intención de decir, por parte de sectores del gobierno y de grupos ligados a él, de decir: “Vamos a demostrarle al país que nosotros somos los buenos, que nosotros nos deslindamos claramente de los autoritarios del pasado”. Lo que no se vale es que fue por pura consigna: “Vamos a enjuiciar a cualquier culpable sin necesidad de pruebas”. Hubo voces —por ejemplo, de doña Rosario Ibarra— que señalaban que ya en el gobierno de Fox había desaparecidos, y en el gobierno de Felipe Calderón ya hay denuncias de que hay desparecidos. ¿Eso significa que Fox —para hablar de un presidente que ya es del pasado— es responsable de esas desapariciones, incluso cuando no se haya enterado de cómo se dieron? Esa fue la lógica: cualquier funcionario que haya tenido que ver con la Secretaría de Gobernación es responsable.
El colmo de la mezquindad fue cuando se iban a trasladar los restos de Jesús Reyes Heroles, un mexicano realmente ilustre, a la Rotonda de los Hombres Ilustres (ahora se llama “de las Personas Ilustres”), y se puso el Comité de Apoyo a la Fiscalía a negarlo porque era parte del aparato represor, ¡cuando él amnistió a los guerrilleros! Bueno, ¿eso cómo se puede calificar?

AR: Y al mismo tiempo la Fiscalía mandaba un representante a una conmemoración de la Liga 23 de septiembre.
LB: Claro, sí.

AR: Lo que se relata en el libro parece una serie de absurdos, desde el proceso de reforma constitucional para darle el golpe a Mireille Rocatti, hasta el informe que finalmente presentó Carrillo Prieto (en el que, como señaló Raúl Trejo Delarbre, no se inculpó al capitán Luis de la Barreda Moreno). De una manera u otra, con todo esto están relacionados la CNDH, la Cámara de Senadores, el Poder Ejecutivo y hasta la SCJN. ¿Qué lecciones podemos extraer de todo esto?
LB: Varias muy importantes. No se puede combatir el abuso de poder con abuso de poder; no es válido que se haga para satisfacer a un sector que clama por justicia pero que en realidad está pidiendo venganza, una venganza muy extraña: si usted me hace una ofensa, yo me vengaré de usted haciéndole un daño. Lo que no se vale es que yo salga a la calle porque alguien me hizo una ofensa, y agreda a la primera persona que vea, a la que esté a mi alcance, que fue lo que sucedió en este caso.
Hay una lección histórica: siempre que se ha querido hacer justicia revolucionaria contra un pasado ominoso, se ha caído en este tipo de cosas. En los procesos de Moscú varios líderes revolucionarios terminaron condenados y ejecutados por cargos tan absurdos como que traicionaban a la revolución. En los juicios en Cuba contra excamaradas de Fidel Castro, también los argumentos son absolutamente absurdos, las acusaciones son totalmente gelatinosas. Entonces, es una manera de corromper el Estado de Derecho, de pervertir la justicia penal.
La lección es: la justicia es una cosa muy seria, y tiene que hacerse siempre muy objetivamente y con base en pruebas.
Además, una comisión de derechos humanos no solamente debe ser realmente autónoma ante las autoridades, sino también ante los partidos, los grupos de presión, la pasión pública, las ideologías, las buenas conciencias y ante lo políticamente correcto.

AR: Sobre lo último usted hace varias menciones en su libro. ¿Cuál fue el peso de la opinión pública políticamente correcta sobre los jueces?
LB: Los jueces que dictaron las órdenes de aprehensión estaban en una posición muy difícil, con una parte de una gran presión social y política contra ellos. Por otra parte, tenían que resolver expedientes muy gruesos en 24 horas, lo cual es terrible.
Pero los jueces después revocaron esas resoluciones y exoneraron a mi padre. Finalmente, a pesar de que era una razón de Estado, finalmente el Poder Judicial se comportó bien. Eso es muy importante.
Pero es muy interesante que aun en los medios políticamente correctos, al final casi nadie se atrevió a defender al fiscal; uno que otro columnista sí, pero sin entrar a rebatir los señalamientos de que estaba actuando mal, de que estaba alterando pruebas, inventando hechos. La Jornada, por ejemplo, que en un principio se mostró muy entusiasmada con la creación de la Fiscalía, terminó denunciando a ocho columnas la dilapidación de recursos que estaba haciendo el fiscal, la manera inescrupulosa en que estaba procediendo administrativamente.

AR: Debido a que hubo tonos de revancha contra usted por su actuación en la CDHDF, ¿en algún momento llegó a pensar que era culpable de lo que le ocurría a su padre con este proceso?
LB: Culpable no es la palabra correcta, porque el culpable comete un delito...

AR: ¿Responsable?
LB: No. Primero, cuando uno acepta un cargo no tiene una bola de cristal que le indique “las consecuencias van a ser estas”, como cuando uno se casa o cuando cruza una calle y no sabe que un automovilista se va a pasar el alto y lo va a atropellar a uno; en ese caso, uno no haría nada. Dice Pascal irónicamente: “Las desgracias del hombre empiezan cuando éste, en la mañana, toma la estúpida decisión de salir de su recámara”.
Yo me siento muy orgulloso de la manera en que dirigí a la Comisión; me indignaba, más bien, saber que por mi actuación en ésta pudiera estarse tomando una represalia tomando como chivo expiatorio a mi padre. Yo no podía permitir, de ninguna manera, que se hiciera víctima a mi padre como una revancha contra mí. Yo tenía muy claro que tenía que hacer hasta lo imposible por defenderlo, y parecía difícil porque tirábamos una acusación y venía otra; ese es el poder omnímodo de un fiscal en México. Era como el mito de Sísifo.
Pero bueno, fueron 10 acusaciones, y así hubieran sido 100, yo estaba empeñado en no permitir que se consumara el atropello.

AR: ¿Qué efecto ha tenido la democratización sobre la procuración de justicia y el Estado de Derecho en nuestro país?
LB: Vamos a ver: hubo siempre la intención en el discurso oficial de decir “hasta antes de Fox todo era arbitrariedad, y a partir de la alternancia todo es luz”, lo cual es absolutamente falso y maniqueo.
Desde los gobiernos priistas se empezó a dar una lucha de los sectores más lúcidos de la sociedad por los derechos humanos. Por ejemplo, desde que surgieron las comisiones de derechos humanos durante los gobiernos priistas, la tortura se comenzó a abatir. Se emitieron normas que no existían antes, por ejemplo, dando un plazo para que un detenido fuera puesto a disposición de un juez, lo que no existía antes.
Entonces ha habido avances importantes: hay menos tortura, hay normas que fijan plazos de una detención, hay comisiones de derechos humanos (que no existían antes) que han tenido un papel muy importante como instrumento ante los abusos de poder.
Pero hay retrocesos: el arraigo hasta por 80 días lo es. En la procuración de justicia en eso no hemos avanzado; sigue siendo lenta, ineficaz, corrupta y, su peor vicio, el de fabricar culpables en casos que a los gobernadores, a los presidentes de la República o al procurador le parecen relevantes. Allí no hemos tenido ningún avance.

AR: ¿Usted conoce alguna demanda contra Ignacio Carrillo Prieto?
LB: Cuando vino la consignación por los hechos del dos de octubre de 1968, yo ya tenía la constancia del Centro Médico Nacional 20 de Noviembre de que en esa fecha mi padre estaba hospitalizado. ¿Por qué la saqué? Porque yo veía que a mi padre se le acusaba de todo, y los hecho de Tlatelolco son parte ya de los grandes mitos mexicanos (mito no en el sentido de mentira sino de los grandes momentos históricos trágicos), y también seguramente lo iban a acusar de eso. Cuando lo hicieron, yo ya tenía la constancia de que no pudo haber estado allí.
Esto demostró claramente que el fiscal estaba actuando con perversidad. En ese momento yo presento una denuncia contra el fiscal; eso fue en septiembre de 2005. Allí tenemos una prueba de cómo funciona en México la procuración de justicia: están por cumplirse tres años de mi denuncia, y la averiguación previa no se ha resuelto.

AR: En lo personal, ¿qué le significó todo ese proceso?
LB: Parecía una lucha imposible, y yo me empeñé en darla porque en eso me jugaba algo más que la vida. Esa lucha, a pesar de las 10 acusaciones y a pesar de todo el ambiente social de linchamiento que había contra los funcionarios de regímenes pasados, se pudo ganar. Lamentablemente, después vino algo... porque por más que una lucha sea difícil, cuando se puede luchar, se hace. Pero lo que es terrible es cuando se presenta algo contra lo que no se puede luchar: después de que se logró que mi padre fuera absuelto de las 10 acusaciones, lamentablemente le sobrevino el cáncer que lo asesinó, y contra eso no pudimos luchar.
Cito mi libro: “En una de las novelas de la saga del capitán Alatriste el narrador apunta que 'hay cosas que ningún hombre puede tolerar, aunque le vaya la vida en ello, o justamente porque la va en ello más que la vida'”. Y agrego: yo no podía tolerar que mi padre fuera detenido: en ello me iba más que la vida. Y nunca se perdió.
Pero luego vino el cáncer, y contra eso no se podía luchar: era un cáncer incurable. Pero mientras él vivió yo me sentí muy orgulloso por haberlo defendido con éxito. Creo que el país le debe mucho: él era un servidor público honesto, eficaz, leal, que nunca se hizo rico con un cargo en el que otros se han hecho millonarios.
Acompañando a la enorme tristeza por la muerte de mi padre, me queda la enorme satisfacción de que nunca se le logró detener, a pesar del empeño enfermizo del fiscal por hacerlo.
Esa lucha fue la lucha más dramática de mi vida, y salimos bien.

*Entrevista realizada en 2008 y publicada en Replicante, febrero de 2013.