martes, septiembre 18, 2012

Crónica de la nueva cotidianidad mexicana. Entrevista con Juan Villoro




Crónica de la nueva cotidianidad mexicana
Entrevista con Juan Villoro*

Por Ariel Ruiz Mondragón

La incursión de los literatos a filas del periodismo a través de la páginas editoriales de diarios y revistas es una tradición que en México se remonta, cuando menos, al siglo XIX con José Joaquín Fernández de Lizardi. En sus columnas han desarrollado lo mismo la crónica que el artículo de opinión, la reseña que el obituario. Hay quienes le han dado lustre a dicha labor, aunque Salvador Novo haya dicho “que no se puede alternar el santo ministerio de la maternidad que es la literatura con el ejercicio de la prostitución que es el periodismo”.
Entre los autores literarios que en los últimos tres lustros han desarrollado de manera más constante su tarea de editorialista en periódicos está Juan Villoro, quien en su más reciente libro, ¿Hay vida en la Tierra? (México, Almadía, 2012), ha reunido 100 de sus artículos periodísticos (o “articuentos”) en los que da cuenta de la nueva vida cotidiana de los mexicanos, “un retrato íntimo de lo que ocurre”.
Acerca de dicho volumen conversamos con Villoro (Distrito Federal, 1956), quien es autor de más de 20 libros, dedicados a géneros tan diversos  como la novela, el ensayo, la crónica, el cuento y la literatura infantil. Ha colaborado en diversas publicaciones periódicas, como Nexos, Letras Libres, El País, Reforma, Proceso y La Jornada, entre muchas otras. Ha recibido varios premios, como el IBBY (1994), el Xavier Villaurrutia (1999), el Mazatlán de Literatura (2001), el Herralde de Novela (2004), el Vázquez Montalbán (2006) y el Internacional de Periodismo Rey de España (2010).      

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar esta recopilación de buena parte de sus artículos periodísticos de cerca de una década?
Juan Villoro (JV): De más, ya que son como 17 años en total. Yo creo que hay cosas que sólo tienen sentido como libro; a lo largo de los años yo he tenido una escritura continua y dispersa en distintos medios periodísticos, y allí, de cuando en cuando, he jugado un poco el papel como de observador de lo cotidiano, tratando de encontrar historias espontáneas en la realidad. Todas estas historias, si se articulan en un libro, crean un cuadro de costumbres. La verdad, no creo que nadie haya leído todas mis colaboraciones a lo largo de 17 años; escogí aquellas en donde lo individual y lo íntimo de pronto nos dan una idea del comportamiento general de la gente, del país y de nuestra época. Este retrato común es el libro ¿Hay vida en la Tierra?

AR: En la historia del periodismo y de la literatura mexicana hay una larga tradición del ingreso de los literatos a las páginas editoriales de los diarios y de revistas. ¿Cómo ha sido este tránsito, especialmente el suyo?
JV: Depende de cada quién. Creo que el criterio para estar en una página editorial es el de responder a una de las urgencias del presente. Cuando empecé a escribir en Reforma, Carlos Monsiváis me dijo: “Ten cuidado”; yo acababa de escribir un texto sobre la importancia cultural de las narices en nuestra época, y a él le pareció que, si yo me iba por allí, probablemente me iban a decir: “Oye, pues tú no estás escribiendo de nada de actualidad”. Afortunadamente existían ejemplos como el de Jorge Ibargüengoitia, quien podía escribir del PRI, del país, de la relación entre los intelectuales y el poder o de algún amigo escritor, pero también de cuestiones tan cotidianas como el claxon, el tráfico, el pulque, los viajes, la cacería, sus tías de Guanajuato, su sirvienta Eudoxia, etcétera.
Yo he tratado de hacer algo más o menos equivalente. En mi presencia en las páginas editoriales pues aparecen la política, temas culturales, obituarios de gente que ha valido la pena y memorias personales, pero también ciertos relatos de lo cotidiano que creo que le toman el pulso a la forma en que vivimos. Reunidos todos éstos, reescritos para libro o retrabajados, creo que integran este mosaico que nos permite entender cómo es nuestro tiempo. Probablemente los antropólogos del porvenir encontrarán aquí la forma gozosa y disparatada en que nosotros vivíamos la vida cotidiana.

AR: ¿Cuál es la relevancia de la vida cotidiana para el periodismo? Porque generalmente se piensa que el periodismo sólo busca las cuestiones más relevantes.
JV: En el prólogo yo digo que hay dos tipos de periodismo: uno de necesidad y otro de tentación. El primero cubre las urgencias básicas que tienen que ver con la agenda política, con la Iglesia, con la educación, con los resultados de los deportes, con la seguridad y el crimen, etcétera. Pero a lo largo de todas las épocas también ha habido periodistas que nosotros leemos no tanto por la noticia que nos dan como una exclusiva, sino por la forma en que lo hacen, por la manera en que ellos nos revelan un misterio del mundo en que vivimos. Este tipo de periodismo es de tentación, porque de pronto nosotros leemos algo que nos interesa de salud, de vida cotidiana, de algún aspecto cultural, etcétera. Para que esto funcione, a mi modo de ver sí debe haber una relación bastante clara entre los personajes de la historia que cuento y una realidad reconocible; es decir, en responder a una época, a formas de comportamiento determinadas.
Cuando escribes una novela o un cuento, buscas lo único, lo irrepetible: buscas que tu personaje se desmarque de los demás y sea literario; lo mismo sucede con una historia. En cambio, en este caso yo buscaba que mis relatos fueran representativos de una época y de una realidad, que nosotros pudiéramos leerlos como un corte en el tiempo de lo que en alguna época fue común: la manera de intoxicarnos, de enamorarnos, de trabajar, de ilusionarnos, de tener mascotas, de criar a los hijos, de irritarnos, de desplazarnos. Todos estos comportamientos generan historias que aparecen aquí.

AR: También registra algunas transformaciones que ha habido en la vida cotidiana. ¿Cuáles son los cambios más notables que ha apreciado usted que hayan sido provocados por la tecnología?
JV: Una característica de nuestra época es que la experiencia del mundo nos llega filtrada por estímulos que no necesariamente controlamos: a través de nuestro teléfono nos llegan noticias que no esperábamos recibir; al abrir un sitio de Internet estamos continuamente en contacto con informaciones que tampoco pensábamos tener, y nuestra vida también prosigue de manera espectral en las redes.
Muchas veces tenemos una conducta distinta cuando mandamos un tuit, cuando escribimos en un blog o cuando mandamos un comentario a un periódico, que la que tenemos fuera de la red. En ocasiones, incluso nuestra identidad es usurpada en la red: hay gente que puede abrir una cuenta con nuestro nombre (a mí me ha sucedido en Facebook), nuestros datos pueden estar equivocados en Wikipedia y nos pueden calumniar en Twitter, de modo que tenemos una existencia espectral.
Hay formas de comportamiento objetivas, como, por ejemplo, tener una cuenta bancaria, lo que nos obliga a dominar passwords y un pin, de modo que nuestra identidad está siendo filtrada continuamente. En este mundo, donde existimos digitalmente y en donde recibimos tantos estímulos que son formas de representación, ¿dónde queda la realidad? ¿Qué pasó con lo cotidiano? Eso que antes nos articulaba de manera tan inmediata, que era lo obvio, se ha difuminado. Tú llegas a un restorán y te encuentras a una pareja, y ella está mandando mensajes de texto y él está hablando por el celular, y durante toda la comida no se dirigen la palabra. En un sentido cultural, esas dos personas no están allí, están en otro sitio, en las redes en las que están entrando.
Estos cambios de comportamiento hacen que uno se replantee cuál es el papel de lo cotidiano, dónde queda. La literatura costumbrista había caído en desuso porque se consideraba demasiado tradicional, porque por definición lo que hace es reiterar la costumbre, es decir, hablar de la tradición. Hoy en día esto es muy difícil, porque no tenemos una idea clara de dónde está viviendo la gente: si lo hace en la realidad virtual o en la vida cotidiana.
Este libro es una exploración de eso que nos queda tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos, que es la vida íntima, cotidiana. A veces, por ejemplo, las parejas graban sus relaciones sexuales en video, y hemos visto varias en YouTube. Y uno dice: ¿por qué la gente hace eso? Bueno, hay personas que sienten que sólo existen si son filmadas. Hemos llegado ya a ese sentido de la despersonalización. Entonces, por eso digo yo que este libro trata de una región remota que es nuestra vida privada, a la que no le damos la misma importancia que le dábamos antes. Entonces, es una nueva manera de trabajar la literatura de costumbres.

AR: Veo un perfil muy ibargüengoitiano en su veta humorística.
JV: Sí, ojalá…

AR: Por supuesto, un humor muy crítico. ¿Cómo utiliza el humor como elemento crítico?
JV: Una característica de la vida reciente en México es que la realidad, en un sentido general, nos parece muy insatisfactoria. Yo creo que cualquier mexicano lúcido sabe que un país con 50 mil muertos en los últimos cinco años, con desigualdad social, con terribles problemas de corrupción, con una crisis de la clase política pues es un país que no se la está pasando bien en un sentido general. Y, sin embargo, a pesar de esta gran decepción de lo que es la vida en común, en lo particular, en lo familiar, en lo amistoso nos la pasamos bastante bien; es decir, los mexicanos tenemos fiestas, reuniones, ilusiones.
Yo quería contrastar eso: es decir, cómo nuestra vida general es un desastre, un tanto apocalíptica, y al mismo tiempo la pachanga va bastante bien y tenemos costumbres rocambolescas extrañas que nos hacen llevadera la realidad.
Entonces, yo creo que en el libro el humor tiene una función de criticar —porque el humor siempre es crítico porque ridiculiza lo que está mal—, pero al mismo tiempo de hacer llevadero eso mismo que critica; o sea, a través del humor nosotros nos acabamos riendo de las cosas que no nos gustan.
Creo que el punto de partida de todos estos textos es la irritación: hay cosas que a mí no me gustan de la vida cotidiana, nos damos mucha lata. Tú vas a una oficina de gobierno y te la pasas mal; estás cuatro horas en el tráfico y te la pasas mal, y, sin embargo, allí puede haber una historia. Cuando encuentras una historia en estos lugares, le das sentido a esa realidad.
Yo creo que la literatura surgió para darle un sentido distinto al sufrimiento, al dolor; grandes temas como la muerte, la enfermedad, el exilio, la soledad, encontraron en la literatura una manera no sólo de expresarse sino de que eso se volviera placentero. Una paradoja del arte es que el dolor, las lágrimas, se pueden convertir en música, en gozo. En este caso no se trata de grandes temas ni de literatura de ficción sino de buscar en las latas, en las irritaciones, en las molestias cotidianas historias que nos las hagan llevaderas, encontrar estampas que nos permitan entender eso de otra manera y encontrar que la vida es un poco más risueña de lo que pensamos.

AR: Hay otra dualidad de los mexicanos (por decirlo así) que se ve en sus textos: por una parte hay la desconfianza que nos prodigamos unos a otros, pero, por otra parte, también existe ese espíritu gregario del relajo. ¿Cómo se mezclan estos dos aspectos?
JV: Corren en pareja por lo siguiente: porque en principio los desconocidos nos dan desconfianza, y tenemos dichos como “música pagada toca mal son”: el hecho de que nosotros paguemos por adelantado siempre es peligroso. También nos referimos a una persona como “se ganó mi confianza”, cuando esa persona ya ha dado pruebas; en otros países, la confianza no es algo que se gana sino que se pierde: lo normal es tenerle confianza a un carpintero, y si éste se porta mal, esa confianza se pierde. En México partes de la desconfianza con los desconocidos.
Al mismo tiempo, para protegerte tienes relaciones muy tribales o comunitarias muy intensas; entonces, el mexicano se siente muy cómodo en relaciones familiares, amistosas, comunitarias, en las que la complicidad es muy grande, y eso es muy importante; pero pierde esta confianza cuando llega con un desconocido, porque éste es el que puede poner en peligro la comunidad, es el que busca algo, es el “colado”, es el intruso, “¿qué quiere de nosotros?”, etcétera.
Entonces, creo que la vida mexicana tiene mucho que ver con la desconfianza hacia los desconocidos y una necesidad irrestricta de mantenernos en comunidad para sentirnos protegidos.

AR: En ese sentido de la crítica y de esta desconfianza me atraen algunos personajes que desfilan por el libro: Frank, de una crítica dura, amarga, y que, a partir de que se autorreprobó, puede juzgar a los demás; Paco, crítico de cine que ya no publica sus reseñas porque no le entienden, y finalmente Rendón, el crítico de todo. ¿Qué expresan para usted estos personajes?
JV: Estas tres son figuras críticas, y representan distintas maneras de analizar la realidad. Frank es un personaje que existe, con el que yo estudié el bachillerato — porque prácticamente todas las historias son reales, y a veces están reacomodadas. A mí me sorprendió mucho cuando en los años setenta se puso de moda esta costumbre, un tanto hippie, de que nosotros no debíamos estudiar por obtener un beneficio externo, que era una calificación que nos daban, sino por una gratificación interna. Un profesor dijo: “Ustedes ya son responsables; evalúense a sí mismos”, y este amigo se reprobó. A todos nos sorprendió que corriera el riesgo de reprobarse y se perjudicara de esa manera; acto seguido, él se separó de nosotros desde un punto de vista simbólico porque fue el único que se atrevió a reprobarse, y esto le dio a él como una licencia para criticarnos a nosotros; o sea, él ya se había juzgado a sí mismo con tanta dureza que podía juzgarnos a nosotros. Es un poco lo que ocurre con la religión: un sacerdote tiene un sacramento, entonces es alguien que ha sufrido, que ha pasado ayunos, que no está casado, que vive en soledad y por lo tanto se desmarca de la tribu para poder juzgarte. De manera espontánea eso puede ocurrir en nuestra vida, y es ese caso el que yo planteaba.
El caso de Paco es distinto porque es un crítico de cine que a mí me parece curioso: conozco a varios críticos que no escriben porque aprecien el género sino porque lo detestan; o sea, en el fondo odian ese género y descargan allí toda su ira. Al mismo tiempo, algunas de estas personas son buenísimas en otras áreas de su vida: hacen pedazos una película, pero luego son muy tiernos y cariñosos en otras áreas. Entonces, este es el caso de una persona que es incluso cursi, tierna, pero que necesita desfogar su sentido crítico. A veces yo pienso que el cariño que tenemos por algo es, en el fondo, un odio que se pudo reconvertir o que se pudo sublimar, y es este caso: esta persona deja de ser crítico porque se siente incomprendido, pero sigue escribiendo como desfogue porque para él es como hacer yoga. Es como una actividad intelectual que lo relaja, y es otro modo de la crítica.
Luego, por otro lado, está el crítico paranoico o que siempre considera que las cosas son peores, y que siempre sabe algo de las cosas, pero siempre sabe algo negativo, y que si no sabe ésto siente que no sabe; el valor establecido, aceptado, le parece mal, y él siempre tiene una actitud conspiratoria hacia la sabiduría. Para él, vale la pena aprender algo para criticarlo, para destruirlo.
Entonces, quería mostrar estas tres variantes de la crítica que me parecen elocuentes. Me gusta mucho que las hayas agrupado, porque efectivamente en este libro se podrían hacer familias de críticos, de locos, de extravagantes, de gente incapaz, etcétera.

AR: Hay otra idea en el libro que me parece muy cierta y que usted postula de la siguiente manera: “Vivimos en un país donde la utilidad de los proyectos consiste en no realizarlos”.
JV: Las ilusiones compensan la realidad, y en un país donde la realidad es deficiente las ilusiones tienden a perfeccionarse. Si nosotros tuviéramos una realidad muy grata, no necesitaríamos soñar tanto, ser tan esotéricos, confiar tanto en la suerte y tener tantos proyectos. Pero como nuestra realidad suele ser bastante defectuosa, la mejoramos a través de ilusiones y proyectos.

AR: Hay por allí algunas metáforas, de la cual me gustó la que sugiere del país con la descripción que del árbol del Tule hizo Italo Calvino. ¿De verdad sirve para nuestro país?
JV: Calvino, que fue un gran observador de la realidad, al llegar al árbol del Tule trató de describir las nudosidades, las ramas que se habían ido desarrollando a lo largo de dos mil años; el árbol del Tule tiene la edad de Cristo, y llama la atención que un organismo vivo pueda haber perdurado tanto. Cuando yo releí la historia de Calvino luego de haber ido a Oaxaca, me di cuenta de que la descripción del árbol es la de un país confuso, en lucha consigo mismo, que perdura pero no sabe bien cómo hacerlo, y lo es de una manera caótica, con muñones que no acaban de ser ramas, muy parecido al árbol del Tule.
Esto lo escribí yo después de ver una escena en el aeropuerto de Oaxaca que nuevamente está calcada de la realidad, y fui testigo de ella: una niña que estaba siendo llevada a Estados Unidos sin sus papás, y que lloraba de forma inconsolable; era llevada por un pariente que no sabía cómo se llamaba la niña, cosa que me pareció a mí verdaderamente escalofriante. Él también se asustó y pensó que yo podía sospechar de él, y hasta me enseñó sus documentos. Todo eso lo cuento. ¿Cómo explicar esta realidad? Y digo: “Hay un árbol que lo está explicando por nosotros: el del Tule, descrito por Calvino, que es un mapa perfecto de la realidad contradictoria, terrible y al mismo tiempo resistente que tenemos”.

AR: Hay un artículo fascinante, que es el de “La cofradía de la merienda del Tlacoyo”, esa reunión de personajes que se juntan para celebrar su condición de cultos, pero aún más sus contactos en el gobierno. ¿Usted considera que entre nuestros intelectuales y académicos haya muchos de estos personajes?
JV: Sí. Por desgracia es una variante bastante típica de la intelectualidad el de la gente extraordinariamente pedante que se elogia mucho a sí misma, que establece un tráfico de influencias —muchas veces con presupuestos públicos— y que se beneficia de manera descarada, y que cuando tiene que rendir cuentas lo único que hace es celebrar su propia importancia. Es gente que se asocia para concederse premios, y que han escrito unas cuantas obras, muchas de ellas irrelevantes, y lo que hacen es, con mucha pompa y circunstancia, agrandarlas.
Creo que hay muchos casos de ese tipo; en ese artículo yo no quise aludir en especial a muchas personas reales, pero digamos que es una parodia de una situación real que yo viví, y que tiene que ver con una franja de la intelectualidad mexicana que, desgraciadamente, es muy criticable. Lo hacía Ibargüengoitia en sus crónicas: él hablaba, por ejemplo, de ciertas figuras, como de los hombres más sabios de Cuévano, y que eran figuras que nadie sabía bien lo que habían hecho, pero que se daban ínfulas de ser gente muy importante. Obviamente, estas figuras sólo pueden existir en coro: unos elogian a los otros, y así se van pasando la estafeta.


*Entrevista publicada en M Semanal, núm. 751, 2 de abril de 2012.

martes, septiembre 04, 2012

Un país que ya se jodió. Entrevista con Ricardo Cayuela y Alejandro Rosas


 
Un país que ya se jodió

Entrevista con Ricardo Cayuela Gally y Alejandro Rosas

por Ariel Ruiz Mondragón

 

A la generación que nació en la década de los años sesenta del siglo pasado le ha tocado vivir las graves, duraderas y sucesivas crisis del fin de siglo mexicano, pero también los cambios (la conquista de la democracia, por ejemplo) que provocaron. Pero hoy el panorama vuelve a parecer sombrío.

Ante el estado crítico y poco halagüeño que presenta hoy la República, un par de miembros de aquella camada, el historiador Alejandro Rosas y el literato Ricardo Cayuela Gally, han escrito el libro El México que nos duele. Crónica de un país sin rumbo (México, Temas de hoy, 2011) para responder a una pregunta: “¿En qué momento se jodió México?”.

Acerca de sus respectivas respuestas pudimos conversar con los autores y ahondar en problemas como la actuación de diversos actores políticos en la transición democrática, la falta de un proyecto nacional, la necesidad de unir los esfuerzos individuales de los mexicanos y las posibilidades de cambiar el rumbo del país.

Cayuela Gally (Distrito Federal, 1969) es editor, crítico y ensayista, autor de un par de libros. Actualmente es jefe de redacción y editor responsable de Letras Libres. Por su parte, Rosas (Distrito Federal, 1969) es catedrático de la UNAM y uno de los más destacados divulgadores de la historia de México; ha colaborado en diversos medios de comunicación, como las revistas Relatos e Historias en México y Letras Libres, así como en Radio Fórmula y W Radio.

Ariel Ruiz Mondragón (ARM): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo?

Ricardo Cayuela Gally (RCG): La verdad es que cuando uno escribe un libro así no lo hace por obligación; yo tengo mi trabajo de editor en Letras Libres y tengo un foro allí, y estoy muy contento y tengo, si me presionas, hasta una buena vida familiar. Entonces más bien lo hago porque no puedo dejar de hacerlo, porque me da coraje el día a día de México, y me da coraje retrospectivo pensar en mi historia, mi vida familiar y en el país. Tengo ese impulso. Yo soy un escritor muy parco, escribo muy poco, y cuando escribo es porque realmente no me queda de otra, y este libro está en esa línea.

Alejandro Rosas (AR): Una primera razón es que yo estoy ya harto del país, de un país al que quiero, además, porque aquí están mis raíces, gente que era como los ciudadanos de a pie, que se la rifaba día a día, que buscaba mantener bien a su familia, tener educación, seguridad y certezas.

Entonces creo que éste es un grito sobre todo generacional, y por eso hablamos mucho de la generación (tanto Ricardo como yo somos de la misma generación). Bajo la pregunta de en qué momento se jodió México, cuando yo nací ya estaba jodido. Ya lo estaba a pesar de que ya habíamos tenido grandes elementos como para no estarlo: un milagro mexicano que terminó en ser un esfuerzo de 15 o 20 años, por ejemplo. Empezaban las crisis, este autoritarismo y esta impunidad, todos estos elementos que fuimos arrastrando hasta el final de siglo, aunque luego nos llevaran a la transición.

Ya desde nuestra generación habíamos perdido la retórica de la Revolución Mexicana como la sacrosanta y el gran paradigma, y esta idea de patria que nos vendía el gobierno. Es decir, creo que ahora cuestionamos todo absolutamente, incluso los logros de la democracia, que yo creo que no son despreciables, pero pienso que los hemos estado construyendo como siempre: a traspiés, al “ahí se va”, sin un proyecto claro.

Creo que el libro es una invitación a que te deprimas un poco, pero también a encontrar allí ciertas claves que creo que como sociedad nos pueden ayudar a tratar de encontrar un camino, porque pienso que la clase política no sabe leer, o si lee no entiende, y creo que esta clase política fracasó por completo y ya no podemos apostarle a ella.


ARM: Ricardo, en tu texto empiezas por mencionar las mal hechas fiestas del Bicentenario. Quiero preguntarte cuáles es la nueva lectura que el gobierno hoy panista pudo dar a la historia mexicana.

RCG: Lo más triste es que no lo hizo. Yo creo que el siglo XX fue habitado por el mito de la Revolución Mexicana. Me parece que si uno la estudia con cierto detalle, descubre que en realidad enmascara muchas cosas distintas entre sí, que es todo un proceso que va de 1910 a 1940, y que incluye, entre otras cosas, una guerra civil, una lucha despiadada por el poder entre los caudillos, y un Ejército que masacraba a unos campesinos armados que luchaban por su religión, por ejemplo. Sin ir más lejos, hubo muchas cosas que yo no sé por qué razón cómoda enmascaramos en un mismo nombre, como si además todos hubieran estado de acuerdo y hubieran luchado por la democracia y el bienestar del pueblo mexicano. Se estaban matando de una manera terrible: si estudias cómo acabaron los líderes revolucionarios, pues casi todos cayeron a manos de otros líderes revolucionarios, como fue el destino de Carranza, Villa y Zapata.

En este sentido me parece que el gobierno podría haber sido más valiente, de decir “el PAN nació contra la institucionalización de la Revolución Mexicana de Lázaro Cárdenas en adelante”. Es un partido que lucha contra los postulados básicos del sistema político que nace en la Revolución Mexicana. Bueno, ¿por qué no tuvo la valentía de proponer un aniversario más crítico ya no digo de la Independencia, sino al menos de la Revolución? Como que se sintió rebasado por los acontecimientos, por la falta de preparación, por la violencia, por la crisis económica, por la gripe y dijo: “Bueno, ya; aplaudamos a la Revolución y aquí no ha pasado nada”. Se me hace una gran claudicación.

ARM: Afirmas que México se chingó en 1968. Si ello es así, ¿antes qué pasó?

RCG: Creo que si uno es exigente, el país estaba igual: muy mal, porque el famoso milagro mexicano del crecimiento económico, baja inflación y estabilidad política enmascaraba un autoritarismo terrible que en realidad entró en crisis en 1968. Así que el 68 es producto de su pasado, y ese pasado implica que, siendo exigentes, toda la era priista que en realidad era una era de simulación y de falta de democracia.

Dicho esto, a mí lo que me interesaba era contestar esa pregunta en términos autobiográficos, y por eso el punto central es el 68, porque yo estaba en el vientre de mi madre y ya el país se había jodido. Entonces mi respuesta es más bien por clave autobiográfica; pero si nos ponemos exigentes, pues el país se jodió mucho antes.

Creo que el 68 cristaliza todos los problemas del país, porque era la primera ocasión en que un país de América Latina, de religión católica, considerado subdesarrollado y de lengua española, iba a realizar unos Juegos Olímpicos y a los dos años un Mundial, y sabemos lo que esos acontecimientos implican en términos de la percepción del mundo sobre un país; fue como si los países desarrollados hubieran dicho: “De acuerdo: México, bienvenido al club de los países estables, decentes y desarrollados del mundo”. El país crecía en armonía, había paz social y aparente prosperidad.

¿Qué decidimos hacer los mexicanos frente a esa bienvenida, y antes de recibir a los jóvenes y estudiantes del mundo en una justa deportiva? Matar a los nuestros. Es una cosa inconcebible, de una , ya no digo un acto execrable e inmoral, inmensa torpeza. ¿En qué cabeza cabe?

Me parece que ésa es como la sensación de siempre: que estamos a punto de conseguir el desarrollo y encontramos la manera de estropearlo.

ARM: En tu texto hay una parte que dedicas a tu propia memoria política, y hablas del apoyo a la izquierda que brindaste en 1988, y dices: “Se pasó de la responsabilidad cívica de Cárdenas en aquel 1988, a esta deriva antidemocrática del PRD en 2006”. A esto le llamas una “derrota enorme”, “generacional”. ¿Qué pasó con la izquierda entre 1988 y 2006?

RCG: Yo creo que la izquierda fue muy responsable después del fraude electoral de Carlos Salinas, fue inaceptable lo que le hicieron: probablemente le robaron las elecciones, y si no, al menos le robaron muchos puestos y un equilibrio de poderes distinto al que al final tuvo Salinas. A Cárdenas le mataron a sus operadores electorales antes de las elecciones, en un obvio crimen de Estado, y aun así lo que decidió la izquierda fue apostar por la transformación del sistema desde las instituciones del sistema: creó un partido político, lucharon por cada puesto de elección (por cierto, en Michoacán sistemáticamente les mataban gente y les robaban las elecciones porque Salinas había dicho: “Yo no le voy a entregar nada a los que no me reconozcan”, en un acto de autoritarismo y verticalismo inaceptable).

Yo creo que esa izquierda fue muy responsable, muy ecuánime e intentó luchar por la transformación a través de las instituciones. Al final, tuvo su pago: por ejemplo, alcanzó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Entonces, fue una izquierda responsable, gobernó bien la Ciudad de México, y tuvo un candidato muy carismático.

Yo creo que ya había dado señales de que se iba a convertir en lo que se convirtió después, pero muy pocos lo vimos y percibimos claramente. El problema es que, una vez que perdió, demostró que su proyecto era caudillista, personalista, que no le importaban las instituciones, y esa fue una deriva muy dolorosa, porque es un callejón sin salida para la izquierda.

El PRI es inaceptable que vuelva, desde mi óptica generacional, pues yo creo que es el gran responsable del fracaso del país. El PAN lo ha hecho muy mal y merece pasar al banquillo porque lleva dos oportunidades y no logró que este país, con una transición transparente, despegara, y la izquierda está a la deriva populista inaceptable. Entonces, ¿qué hacemos?

ARM: En el libro hay críticas a la izquierda y al gobierno panista. Pero, ¿cómo has visto al PRI en esta transición?

RCG: Creo que el PRI es horrible. Todo el libro, desde mi óptica, es un gran alegato contra el PRI. Si se lee con cierta perspicacia, lo que se ve es que muchos de los problemas que no ha podido resolver el PAN es porque no se atrevió a enfrentarse al modelo heredado del PRI. En ese sentido yo creo que el PRI es una falsa salida.

Además, su actitud en la transición ha sido convenenciera, arribista, pactando sólo en función de sus intereses partidistas y no del bien del país. Luego, no hay que engañarse: el candidato que despunta y que probablemente sea el candidato a las elecciones en el 2012, pues es un hijo del sistema priista perfecto, un cachorro del grupo Atlacomulco, que además se ha posicionado en la opinión pública dando dinero a las televisoras de una manera muy poco transparente para que le hagan infomerciales escandalosos.

Para mí sería un horrible retroceso democrático que regresara el PRI, y además ese PRI (no sé si hay otro, quizá el del doctor Zedillo, que me parece que es una de las figuras políticas más rescatables del complicado siglo XX mexicano).

Ese PRI es inaceptable. Habría una forma de enfrentarlo, por ejemplo, inmediatamente, en el Estado de México, y ya se encargaron las izquierdas antidemocráticas y de deriva populista, de imposibilitar una alianza. Pero es increíble: ¿no se dan cuenta de que si el PRI gana el Estado de México le está sirviendo en bandeja Los Pinos? ¿Por qué no construir un candidato independiente con el apoyo de unos y de otros, y que manden la señal de que la transición no se va a detener y de que vamos a hacer todo lo posible, democráticamente, para que no regrese el PRI? Y, sin embargo, se empeñan en que esto no sea posible.

ARM: Una parte interesante de tu texto es donde hablas de la inviabilidad del desarrollo urbano, que no es nada más de la ciudad y de los lugares turísticos. Y ejemplificas con el caso de la colonia Condesa, del Distrito Federal, en el que destacas la apropiación (o privatización) del espacio público. ¿Te parece bien como una metáfora de lo que es el país?

RCG: Eso es, por eso lo connoto: porque aparentemente era un espacio que estaba muy bien. ¿Por qué no con este clima construimos unas terrazas? Así de simple, y que los restaurantes tengan terrazas como hay en tantas ciudades y países del mundo, muy marcadamente en Europa. Pero eso se convirtió en un caos inenarrable, en aprovechamiento ilegal de las banquetas, por lo que no puedes pasar con una carreola, si eres paralítico no te puedes mover, los estacionamientos están ocupados por una mafia al servicio de los valet parking que no deberían existir, trae toda una red de “vieneviene” que extorsionan y presionan, y además produce vendedores ambulantes. Pero además hay narcomenudeo, los “guaruras” que se estacionan con sus camionetotas donde quieren, hay robos de todo tipo, etcétera.

Entonces dices: “Carajo, realmente hasta lo que hacemos bien lo hacemos mal”. Queremos tener restaurantes al aire libre, y lo convertimos en una metáfora, como tú dices, de los males del país: influyentismo, prepotencia, ilegalidad, apropiación ilícita del espacio público compartido, etcétera. Por esto me interesa, porque si no, es el problema de un barrio.

ARM: Al respecto pones el ejemplo de Medellín y sus proyectos de rehabilitación de los espacios públicos. ¿Ves que haya algún proyecto de ese tipo en México?

RCG: Hay algunos, como Oaxaca. A mí lo que me emociona de este caso es que no lo hizo el gobierno del estado —más bien los gobiernos han sido particularmente antidemocráticos y antitodo, el último patético y horrible—, y, sin embargo, gracias a la sociedad civil y al empeño de Francisco Toledo, se logró recuperar espacios y rehabilitar lugares que hicieron de Oaxaca un lugar mucho más amable de lo que sería sin ese esfuerzo. Imagínate a Oaxaca sin el corredor de la calle de Alcalá, sin el IAGO, sin el Museo de Arte Contemporáneo, sin la restauración del templo de Santo Domingo, sin orden en el mercado Juárez. Bueno, pues sería una ciudad mucho peor, no sólo para los turistas que vamos a visitarla, sino para los habitantes de la ciudad.

ARM: En la última parte de tu texto hablas de los intelectuales, conoces bien el medio cultural mexicano. ¿Qué tanto cambió la transición democrática a la comunidad intelectual del país?

RCG: Curiosamente es uno de los gremios que más lucharon por la democracia, y que una vez que se consiguió más la han resentido. Les cuesta mucho aceptar que en la democracia sus voces son una más en un orfeón de voces plurales. Y entonces el intelectual tiende a sentirse un privilegiado, más en un país tan analfabeta, tan inculto y tan poco preparado, pues tener el don de la palabra, de los libros y de la escritura; sienten que tienen también la solución para los problemas y le hablan al oído a los poderosos. Pero ese papel que tenían los intelectuales en el siglo XX mexicano se perdió con la democracia. Yo creo que se perdió para bien, pero muchos intelectuales y muchos creadores no acaban de aceptar que su rol ya es otro, es más periférico, más de relación con sus lectores y sus espectadores, de creación propia, y no tanto de voceros de la sociedad, que ésta ya tiene sus propios voceros, sus especialistas y sus propios espacios de resistencia.

Entonces, es un gremio —con excepciones, desde luego— al que le ha costado mucho adaptarse a las reglas del juego democrático.

ARM: ¿En qué espacios, en qué grupos ves tú las posibilidades de cambiar a este país?

RCG: Hay muchos lugares. Creo que hay una cultura empresarial de microempresarios muy emprendedores muy interesante, hay mucha gente muy responsable en muchas instancias, hay buenas instituciones de gobierno hoy que antes no existían, claramente la Comisión de Derechos Humanos (que no es propiamente gobierno, sino más bien del ámbito público), el IFAI, el IFE, etcétera. Hay instancias públicas y privadas que luchan por un mejor México.

Hay asociaciones civiles, gente que de buena fe está luchando por causas sociales de muy diversa naturaleza, por ejemplo. Hay buenos periódicos, revistas, buenos programas de radio y de televisión (aunque no buenas cadenas en su conjunto). Hay buenos científicos, buenos ingenieros agrónomos, etcétera.

Entonces, sí hay un tejido social que permitiría hacer un México mejor. Lo que no hemos logrado es ponernos de acuerdo en qué queremos y cómo lograrlo.

AR: Yo agregaría que exactamente allí están los elementos, pero ha faltado la forma de coordinar todos estos esfuerzos; son muchos, pero individuales. No hemos encontrado una clase política que pueda coordinarlos para que, entonces sí, vayamos hacia un punto al que queramos ir en general, como lo es un proyecto nacional. Éste supondría poder sumar a las ong’s, al ciudadano de a pie, al microempresario y al empresario grande, a las instituciones públicas y privadas.

Esa es la gran incapacidad y el gran dolor que nosotros mostramos en el libro: que a pesar de todos estos esfuerzos individuales, no ha habido la capacidad, desde la cúpula del poder y de la clase política mexicana para poder guiar o encauzar esos esfuerzos en colectivo.

ARM: Alejandro, tras leer tu texto, que es el histórico, veo que es el recuento de grandes fracasos y desventuras, como el autoritarismo, la corrupción y la ilegalidad. De este cuadro tan severo, con tantas crisis graves, especialmente en el siglo XIX, ¿cómo es posible que exista México?

AR: Yo creo que tiene que ver mucho con ciertos líderes que hoy ya no tenemos. Es decir, yo creo que sí hay personajes que hay que destacar, como Benito Juárez, le guste o no a la gente, o Porfirio Díaz, quien, aunque yo soy un detractor absoluto de la dictadura, creo que es el único que pudo y ha podido tener un proyecto nacional en los 200 años del México independiente, aunque desgraciadamente fue bajo la dictadura. No hemos podido plantear un proyecto nacional dentro de una lógica democrática, plural y tolerante.

Creo que otro elemento es que como sociedad mexicana, hoy mucho más madura cívicamente que antes, sabemos aguantar, y además el esfuerzo individual es lo que nos ha permitido sobrevivir. Yo creo que cada quien, con su esfuerzo individual, busca cómo ir sobreviviendo en este país, el que no te da certezas.

Entonces, pienso que lo que ha sostenido al país a lo largo de grandes momentos, no es tanto que hubiéramos tenido grandes personajes, que sí los hay, sino que ha sido más bien el aguante de esta sociedad que busca la manera de cómo sobrevivir, a pesar de los obstáculos que nos ponen los gobernantes en distintas épocas.

ARM: Revisas la idea y la cultura política autoritarias en el país desde los tlatoanis hasta el priismo, pero no sólo entre las elites políticas sino también entre los ciudadanos, quienes, como dices, más bien se han asumido como súbditos o vasallos. En este medio, ¿cómo pudo surgir en México la idea democrática?, ¿cuáles son las posibilidades de que ésta realmente arraigue?

AR: Tiene que ver mucho con la construcción de una clase media, que finalmente ha sido más preparada, con más acceso a los medios, sobre todo en los últimos 30 o 40 años, que finalmente es cuando vemos los grandes momentos de la transición. Esa clase media es la que define las elecciones, a pesar del voto duro de los partidos.

Creo que esa es la parte fundamental: encontramos, después de un largo proceso de evolución cultural y de mentalidad, a esa clase media que ha ido avanzando, y creo que esa es la importante para ver cómo se ha roto el vasallaje.

Considero que los modelos políticos que hemos tenido a lo largo de los dos siglos sí fueron agotando y hartando a esta clase media, porque finalmente es a la que se le carga todo; los grandes ricos no tienen problema, ellos pueden sobrevivir aquí o en cualquier régimen, y la gran masa de la gente que no tiene muchos recursos también se las ingenia para sobrevivir, muchas veces al margen de la ley, que también es parte de esa cultura de la que hablamos.

La clase media está atada entre esos dos mundos, y es la que tiene que estar pagando impuestos para dormir con la conciencia tranquila, es la que procura que su hijo, dada toda la magra educación pública que tenemos, esté en una escuela o una universidad mejor (yo creo que hay carreras en las que puedes seguir yendo a la UNAM, de la que soy egresado, y que son maravillosas, pero hay otras que no).

Entonces pienso que la clase media sí ha sido, en estos últimos años, determinante para esta transformación, para empezar a cambiar la idea de que aceptamos el vasallaje, tanto en la época del siglo XIX como en el XX. ¿A cambio de qué cambiamos nuestra calidad de ciudadanos? Por paz social, por estabilidad, por el “milagro mexicano”, porque antes quizá se podía vivir con un salario mínimo, pero todo eso también ya lo perdimos. Entonces la clase media tuvo que emerger ya a convertirse en la que alzara la voz por una serie de cambios políticos.

ARM: Por allí dices que ya la antaño oposición ha gobernado ya por 10 años, pero no ha habido una alternativa distinta en términos reales. El Congreso, por ejemplo, es de una ineficacia paralizante. ¿Qué ha ganado el ciudadano con la democracia?

AR: Yo creo que el saber que tenemos derechos y que sí podemos ejercerlos. Vinculamos el voto al poder, que era algo que estaba totalmente roto desde la caída de Madero; hoy ese círculo virtuoso del que él hablaba, es decir que el ciudadano va y ejerce con responsabilidad o al menos con madurez su voto, y dice : “Bueno, quiero votar y mi voto vale”. Creo que esa ya es una gran ganancia, y eso nos permite construir una sociedad que hoy está mucho más adelantada que su clase política.

Creo que la clase política, todos los partidos han fracasado rotundamente en esta transformación en los últimos 10 años, y de hecho yo diría que han secuestrado el poder público. Si la ciudadanía quisiera una candidatura independiente para el 2012, la única manera de alcanzarla es a través del Congreso, pero éste y los partidos ya secuestraron el poder público. Entonces, tendrán que venir más movilizaciones de la propia ciudadanía para hacer saber que nosotros ya nos consideramos ciudadanos, que ya no somos menores de edad.

Por ejemplo, donde yo pongo que la clase política nos sigue tratando como menores de edad, como vasallos, como idiotas, como si fuéramos unos retrasados mentales es que ahora no puedes insultar a tu opositor en una campaña política. Es increíble que si a mí me dicen “López Obrador es un peligro para México”, me tengan que tutelar porque yo voy a creer eso y entonces por eso no voy a votar. Que consideren que soy un estúpido y que me voy a tragar cualquier cosa que me den en un eslogan es donde te das cuenta de que la clase política no madura y que cree que la gente sí se va con la finta de cualquier cosa y que no somos capaces. Pero , y yo creo que ya somos capaces de discernir lo que nos están diciendo. “No, tú no puedes escuchar eso porque entonces va a cambiar tu intención de voto”. Pues sí, y si cambia, ¿qué? Tengo derecho libre de ejercerlo como quiera. Pero la clase política sigue en esa mentalidad patriarcal: “Ustedes no son ciudadanos, son vasallos y conténtense con lo que les damos y así seremos felices”.

Además, es preferible que se den con todo en la arena de la discusión, de con esa bajeza intelectual, a que luego tengamos lo que tuvimos en el siglo XIX: guerras y conflicto.

ARM: Dedicas una buena parte de tu texto a un recuento histórico del Congreso, del que dices que nada más ha tenido 23 años de independencia y lo consideras un fracaso histórico, y que ahora, en tiempos de la democracia, ha llevado a la parálisis. También hay otra parte donde señalas que el país ha logrado avanzar bajo “los esquemas más abyectos del autoritarismo”. ¿Tú crees que en este momento haya en el país, en búsqueda de avances fundamentalmente socioeconómicos, una tendencia a regresar al autoritarismo a partir de que éste ha mostrado ser más eficaz?

AR: Yo creo que en términos generales no podemos hablar de que tengamos un régimen federal autoritario, pero yo creo que en el momento en que estalla el PRI y se viene abajo en el 2000, pues se quedan estos pequeños virreinatos de los gobernadores, sobre todo los priistas, e incluso los vemos también en el PRD.

Pero yo creo que el autoritarismo si esinherente, y creo que el problema es que escuchas a mucha gente que de repente dice: “Es que deberíamos tener otro Porfirio Díaz”. No, señores, deberíamos intentar tener un Madero, aunque fracasó en su momento.

Bajo esa lógica, yo creo que el autoritarismo está allí, gravitando, aunque ahora obviamente todo el mundo trata de ser no autoritario. Creo que sí existe el riesgo no de una dictadura ni de nada por el estilo, pero sí otra vez de esa mano dura del Presidente, en vez de buscar, quizá, un sano equilibrio. El problema es que somos como la ley del péndulo: o estamos en un extremo donde el Presidente era muy fuerte y el Congreso sometido, o el Congreso era muy fuerte y el Presidente muy débil, que es lo que yo creo que estamos viendo ahora. El Presidente no tiene las herramientas ni los instrumentos para saber negociar y acercarse, y tenemos un Congreso que finalmente sí aprueba leyes y nos da anuncios que salen en la tele, pero las meras leyes que se necesitan para construir un andamiaje de proyecto nacional, ésas no están.

ARM: En la historia que relatas pones un gran acento en los poderes Ejecutivo y Legislativo. Pero queda pendiente una evaluación similar del Poder Judicial. ¿Qué puedes decirnos de éste?

AR: Mira, lo pongo como en tres líneas y creo que habría que hacer el México que nos duele 2 para meternos a muchas otras cosas, porque apenas es como un esbozo, una serie de reflexiones. Pero yo creo que el Poder Judicial siempre estuvo supeditado a lo que decía el Presidente; es decir, era un poder casi inexistente, y el problema, nuevamente en la ley del péndulo, ahora es que el Poder Judicial está muy presente. Éste debe de reformarse de una manera brutal, porque también se prestó a toda la simulación política y a una serie de prebendas y compromisos con la impunidad terribles.

Pero por otro lado, yo creo que lo importante de todo es que el problema en el que estamos cayendo es que la Suprema Corte de Justicia, que es el más alto tribunal del país de acuerdo con la Constitución, se está convirtiendo en un instrumento para resolver casos que deberían resolverse en instancias locales. Ése es un riesgo: que también se desgaste. El propio Poder Judicial, de repente, se vio libre y le ha puesto cotos al poder del Presidente, al del Congreso, y lo vemos desde la época de Vicente Fox, lo que está muy bien. Pero yo creo que también la Suprema Corte de Justicia está en el riesgo de que repentinamente tenga ocho mil casos para resolver, asuntos que se tendrían que haber resuelto en los estados, en tribunales locales, de circuito o de distrito.

ARM: Al final hablas de la historia oficial. En ese sentido, ¿cómo cambió la historia con el proceso de democratización del país?

AR: Yo creo que también se democratizó por completo. Es decir, no podemos negar que la historia oficial existe, y siempre es inherente a todas las sociedades, siempre va a haber historia oficial. De allí la frase de que la historia siempre la hacen los vencedores, y es muy cierto: no hay sociedad ni nación que no tenga historia oficial. La diferencia es que nosotros no teníamos alternativa durante todo el siglo XX, o al menos desde el triunfo de la Revolución ya institucionalizada, sino hasta los años setenta y principios de los ochenta. Todo era a través de lo que te daba el Estado: el libro de texto gratuito, la Hora Nacional, el discurso cívico.

Yo creo que ése es un gran avance. Ahora, allí te das cuenta de que nos adoctrinaron, y que la gente conoció la historia como si fuera una religión. Entonces, tú hoy te encuentras con lectores que te preguntan: “¿Cuál es la verdadera historia?”. No existe una verdadera historia, ya que la historia es una interpretación, y puede haber muchas interpretaciones; si uno ni siquiera puede construir su propio pasado día por día, imagínate la reconstrucción de Hidalgo o de Cortés, por ejemplo.

Considero que en esta transformación de la mentalidad democrática, tenemos que dejar de ver a la historia como una religión, se tiene que cuestionarla.

Entonces yo creo que en los últimos años, desde luego, sí ha habido una evolución importantísima: ya hay muchísimas maneras de conocer la historia, ya va desapareciendo la historia oficial, los grandes mitos y demás, pero creo que ahora a la gente le corresponde su tarea de la reflexión de siempre preguntarse el por qué en la historia, y no esto del verdadero Juárez, el verdadero Hidalgo, el verdadero Madero, que no existen ni van a existir. La historia no es la física, no es una ciencia exacta.

 
*Entrevista publicada en M Semanal, núm. 712, 26 de junio de 2011.